Es nuestra luz, no la obscuridad lo que más nos asusta.
Nelson Mandela
Tomos pensamos que, una vez que somos adultos, somos responsables
totales de nuestro ser, pero ¿En verdad lo somos? Desde mi perspectiva, la
respuesta a esta pregunta es NO, pensamos que lo somos, pero la realidad es muy
distinta.
Pongamos como ejemplo nuestra
niñez, cuando nuestros padres tomaban todas las decisiones por nosotros y
preguntémonos honestamente ¿si el control total de nuestras vidas ahora lo
ejercemos realmente nosotros o lo sedemos en parte a alguien más?
Me atrevería a afirmar que la
mayoría nos quedamos acostumbrados desde la niñez a delegar nuestra responsabilidad a otros y cuando los padres ya no gobiernan
nuestra vida, le cedemos el control de la misma a otras personas: en la
adolescencia, a los amigos, luego a la pareja y desde luego al sistema social
en general.
Quizá me reclamarás que no es
cierto, que tú te haces responsable de tu vida, pero analicemos algunas
situaciones para comprobar lo contrario.
Pensemos por ejemplo en la forma
en que un adolescente se hace dependiente del cigarro: Digamos que ese joven
quiere encajar en un grupo de amigos y la mayoría de ellos fuma, porque eso les
hace sentir mayores, ¿se resistirá él a fumar? En la mayoría de los casos, no.
Y terminará siendo un adicto al tabaco hasta que tome la decisión de
responsabilizarse de su vida y lo deje.
Otro ejemplo es la mujer que, una
vez casada, delega todas sus decisiones al marido, por ejemplo él decide quiénes
son sus amistades, que actividades debe realizar, que ropa puede o no
usar. Ella dirá que lo hace porque
respeta la opinión del marido, pero la realidad es que no estará tomando la
responsabilidad de sí misma.
Un ejemplo de cómo delegamos en
el sistema nuestra responsabilidad sería el de los Nazis en la segunda guerra
mundial. Cuando se les enjuició por los asesinatos cometidos, muchos de los
soldados sólo respondieron: Yo sólo seguía órdenes.
En los tres casos las personas
pudieron haberse responsabilizado de sus decisiones, pero en lugar de ello,
decidieron no tomar esa responsabilidad y cedérsela a otros. El joven pudo
haberse informado de los daños del cigarro a largo plazo y decidir no fumar por
su bienestar físico. La esposa pudo decidir sus amistades y actividades y
elegir su guardarropa. Y el soldado pudo haber pensado que no era moral matar,
independientemente de quien se lo ordenara y no convertirse en asesino.
Quizá en todos los casos
anteriores tendremos justificaciones para hacerlo, pero la realidad es que esas
justificaciones sólo nos sirven para minimizar el peso moral o culpabilidad de no haber tenido el valor de
hacer lo que debimos.
De ese modo, adquirir la
responsabilidad personal en todo momento, es cuestión de aprender a deshacer
todas las influencias externas a las que somos susceptibles y someterlas a
escrutinio, es decir a un proceso de análisis por nuestra inteligencia
superior, para decidir si son compatibles o no con nuestro ser y con el
bienestar de toda la humanidad.
Todos tenemos una sabiduría
interior que nos permite ser conscientes de si nuestras acciones son positivas
y sirven a un fin ulterior o no, pero muchas veces dejamos que otras instancias
menores gobiernen lo que hacemos. El principal motivador para hacer las cosas
cuando no acudimos a esa inteligencia superior que habita en nosotros es el
miedo.
Miedo a no ser aceptado, en el
caso del adolescente que planteábamos, miedo a no ser querido en el de la
esposa o miedo a ser rechazado por nuestro grupo social, en el caso del
soldado. En cualquier caso cuando actuamos por miedo impedimos que nuestra
verdadera humanidad se manifieste.
Todos los problemas que la
humanidad experimenta hoy día, se derivan del miedo pues el miedo hace que
seamos egoístas, violentos, indolentes. El antídoto para el miedo es el amor,
si actuamos desde el amor, no seremos capaces de hacer nada que esté en contra
de nuestro bienestar o el de otros.
Cierro con una frase de Un Curso
de milagros: “Lo que le confiere realidad al odio, maldad, rencor,
muerte, pecado, sufrimiento, dolor y pérdida es el hecho de compartirlos. Si no
se comparten, se perciben como algo sin sentido. Pues al no prestarles apoyo
dejan de ser una fuente de miedo. Y el amor no puede sino llenar el espacio que
el miedo ha dejado vacante”.