jueves, 27 de septiembre de 2012

Auto-Responsabilidad

Nuestro miedo más profundo es que somos poderosos sin límite.
Es nuestra luz, no la obscuridad lo que más nos asusta.
Nelson Mandela

 

Tomos pensamos que, una vez que somos adultos, somos responsables totales de nuestro ser, pero ¿En verdad lo somos? Desde mi perspectiva, la respuesta a esta pregunta es NO,  pensamos que lo somos, pero la realidad es muy distinta.

Pongamos como ejemplo nuestra niñez, cuando nuestros padres tomaban todas las decisiones por nosotros y preguntémonos honestamente ¿si el control total de nuestras vidas ahora lo ejercemos realmente nosotros o lo sedemos en parte a alguien más?  

Me atrevería a afirmar que la mayoría nos quedamos acostumbrados desde la niñez a delegar nuestra responsabilidad  a otros y cuando los padres ya no gobiernan nuestra vida, le cedemos el control de la misma a otras personas: en la adolescencia, a los amigos, luego a la pareja y desde luego al sistema social en general.             

Quizá me reclamarás que no es cierto, que tú te haces responsable de tu vida, pero analicemos algunas situaciones para comprobar lo contrario.

Pensemos por ejemplo en la forma en que un adolescente se hace dependiente del cigarro: Digamos que ese joven quiere encajar en un grupo de amigos y la mayoría de ellos fuma, porque eso les hace sentir mayores, ¿se resistirá él a fumar? En la mayoría de los casos, no. Y terminará siendo un adicto al tabaco hasta que tome la decisión de responsabilizarse de su vida y lo deje.

Otro ejemplo es la mujer que, una vez casada, delega todas sus decisiones al marido, por ejemplo él decide quiénes son sus amistades, que actividades debe realizar, que ropa puede o no usar.  Ella dirá que lo hace porque respeta la opinión del marido, pero la realidad es que no estará tomando la responsabilidad de sí misma.

Un ejemplo de cómo delegamos en el sistema nuestra responsabilidad sería el de los Nazis en la segunda guerra mundial. Cuando se les enjuició por los asesinatos cometidos, muchos de los soldados sólo respondieron: Yo sólo seguía órdenes.                

En los tres casos las personas pudieron haberse responsabilizado de sus decisiones, pero en lugar de ello, decidieron no tomar esa responsabilidad y cedérsela a otros. El joven pudo haberse informado de los daños del cigarro a largo plazo y decidir no fumar por su bienestar físico. La esposa pudo decidir sus amistades y actividades y elegir su guardarropa. Y el soldado pudo haber pensado que no era moral matar, independientemente de quien se lo ordenara y no convertirse en asesino.

Quizá en todos los casos anteriores tendremos justificaciones para hacerlo, pero la realidad es que esas justificaciones sólo nos sirven para minimizar el peso moral  o culpabilidad de no haber tenido el valor de hacer lo que debimos.

De ese modo, adquirir la responsabilidad personal en todo momento, es cuestión de aprender a deshacer todas las influencias externas a las que somos susceptibles y someterlas a escrutinio, es decir a un proceso de análisis por nuestra inteligencia superior, para decidir si son compatibles o no con nuestro ser y con el bienestar de toda la humanidad.

Todos tenemos una sabiduría interior que nos permite ser conscientes de si nuestras acciones son positivas y sirven a un fin ulterior o no, pero muchas veces dejamos que otras instancias menores gobiernen lo que hacemos. El principal motivador para hacer las cosas cuando no acudimos a esa inteligencia superior que habita en nosotros es el miedo.

Miedo a no ser aceptado, en el caso del adolescente que planteábamos, miedo a no ser querido en el de la esposa o miedo a ser rechazado por nuestro grupo social, en el caso del soldado. En cualquier caso cuando actuamos por miedo impedimos que nuestra verdadera humanidad se manifieste.

Todos los problemas que la humanidad experimenta hoy día, se derivan del miedo pues el miedo hace que seamos egoístas, violentos, indolentes. El antídoto para el miedo es el amor, si actuamos desde el amor, no seremos capaces de hacer nada que esté en contra de nuestro bienestar o el de otros.

Cierro con una frase de Un Curso de milagros: “Lo que le confiere realidad al odio, maldad, rencor, muerte, pecado, sufrimiento, dolor y pérdida es el hecho de compartirlos. Si no se comparten, se perciben como algo sin sentido. Pues al no prestarles apoyo dejan de ser  una fuente de miedo.  Y el amor no puede sino llenar el espacio que el miedo ha dejado vacante”.