domingo, 8 de diciembre de 2013

Aceptando la Muerte



“La elaboración del duelo significa ponerse en contacto con el vacío que ha dejado la pérdida de lo que no está, valorar su importancia y soportar el sufrimiento y la frustración que comporta su ausencia.”         Jorge Bucay


Hay temas en los que sólo pensamos cuando la propia existencia nos fuerza circunstancialmente a enfrentarlos. La muerte es de ese tipo de temas que nos cuesta trabajo abordar y a los cuales somos muy sensibles. No importa si es la nuestra, la de los otros o la de nuestros seres queridos, de cualquier forma, procuramos no verla hasta que la tenemos enfrente, cubriendo todo nuestro campo visual e impidiéndonos mirar hacia otro lado.

Sin embargo, veladamente, siempre está presente en nuestra vida, desde que nacemos y hasta que nos llega, tal como nos refleja el poema Contratiempo de Mario Benedetti, el cual les transcribo aquí porque habla del tema, pero sobre todo porque puede abrirnos a reflexionar.

Cuando éramos niños
los viejos tenían como treinta
un charco era un océano
la muerte lisa y llana
no existía
 

luego cuando muchachos
los viejos eran gente de cuarenta
un estanque era océano
la muerte solamente
una palabra

 
ya cuando nos casamos
los ancianos estaban en cincuenta
un lago era un océano
la muerte era la muerte
de los otros
 

ahora veteranos
ya le dimos alcance a la verdad
el océano es por fin el océano
pero la muerte empieza a ser
la nuestra.

 

En los últimos meses he tenido que pasar por vivencias que me hicieron reflexionar sobre la impermanencia de la vida y la certeza de la muerte. Pensé, sobre todo, en la escaza atención que damos a prepararnos para esos acontecimientos ineludibles de nuestra existencia y por ello, creo que es de suma importancia tratar el tema en este entrada.

Comúnmente, si alguien dice que esta pronto a morir y trata de darnos instrucciones para ese momento, lo callamos y le pedimos que no hable así, que no piense en ello, que mantenga una actitud positiva ante la vida y espere curarse en lugar de morir. Sin embargo, por mucho que pretendamos negarlo, tarde o temprano, abandonaremos esta vida. Mi pregunta para ti es ¿Qué tan preparado estas para ese momento? y ¿Qué podemos hacer para construirnos un final adecuado?

Empecemos por analiza por qué nos cuesta tanto aceptar la realidad de la muerte. Quizá porque tenemos muchas cosas por vivir aún, cosas que vamos postergando a lo  largo de nuestra vida, hasta que de pronto, nos damos cuenta de que no tendremos tiempo para realizarlas si morimos y entonces preferimos no pensar en la muerte, hacer como si no existiera y nunca nos fuera a pasar a nosotros o a quienes queremos.  Y un buen día, el tiempo nos alcanza y tenemos que enfrentar su existencia, bien sea a través de la experiencia en nuestros seres queridos o en nosotros mismos.

¿Qué ocurre cuando llega ese momento ineludible? En la mayoría de los casos, la experiencia suele ser muy dolorosa porque, a fuerza de negarnos su existencia, hemos llegado a convencernos de nuestra inmortalidad y no estamos preparados para afrontarla. Es entonces cuando el proceso se torna más complejo de lo que podría ser y nos pasamos incluso años intentando reponernos de las pérdidas o agonizamos llenos de dolor y resentimientos.

Quizá lo primero que lamentamos cuando alguien querido muere es no haber pasado el suficiente tiempo con él, o no haberle demostrado lo importante que era en nuestras vidas. Otro de nuestros lamentos, si somos nosotros los agonizantes, es no haber vivido lo suficiente, no haber experimentado todo lo que nos gustaría haber hecho.

Esos lamentos generalmente nos llevan a tratar de culpar a otros, buscar responsables de nuestra pérdida nos lleva a cualquier persona que podamos asociar con los hechos tales como el médico que nos diagnostica o  quien nos causa un accidente; o incluso buscamos  culpables superiores como el destino, las circunstancias o Dios mismo. 

A la larga,  nos damos cuenta de que en el juego de la vida lamentarse por lo que no se hizo no tiene ningún sentido y que tampoco existen víctimas,  ni victimarios. Que todo ocurre conforme nosotros permitimos que ocurra. Es entonces cuando asumimos toda la responsabilidad por lo vivido, igual que por lo no vivido.

Darnos cuenta de que perdimos experiencias preciosas y tiempos irrepetibles nos sume entonces en la depresión, la siguiente etapa del duelo. Pues, para entonces, ya entendimos que somos mortales y que no podemos dar marcha atrás a lo vivido. Pero cuidado, si ahondamos demasiado en la depresión corremos el riesgo de perder todo sentido de vida y entonces añorar la muerte o incluso buscarla.

Por otro lado, si logramos sobreponernos a los lamentos, las culpas y la depresión. Los cuales, por cierto, no se presentan en ese orden siempre, e incluso pueden formar círculos viciosos en donde alternan o se intercambian paso a paso.   Posteriormente, podremos llegar a la aceptación de la muerte como el hecho natural que es. Aceptar que somos mortales, que desconocemos el tiempo del que disponemos realmente y que todos pasaremos tarde o temprano por el proceso de perder a otros o experimentar nuestra partida nos dará paz y hará llevaderos, incluso felices, los últimos momentos de la vida de nuestros seres queridos o de nosotros mismos.

Desde luego, llegar a la aceptación nos habrá costado mucho dolor, tristeza, frustración si pasamos por todas las etapas del duelo tal como las describimos, pero la maravilla del proceso es que no necesitamos pasar por todas ellas, ni quedarnos mucho tiempo en cada una. Podemos simplemente estar conscientes de que nuestra naturaleza es mortal, que no sabemos cuándo ocurrirá el final y por ello debemos sólo contar con el momento presente, procurando vivirlo con toda la intensidad de que seamos capaces.

Podemos lograr aceptar la muerte de forma más natural y fructífera si logramos mantener a lo largo de nuestra vida una actitud consciente sobre lo maravilloso y único que es cada día y logramos disfrutar de cada momento. Así lograremos que el tránsito hacia la muerte se realice de forma pacífica, incluso alegre y plena. Pues si nos dimos la posibilidad de vivir, nada añoraremos al partir.