Para ser realmente Humano se requiere verse a sí mismo y también ver al otro. Pero sobre todo se requiere verse a sí mismo en el otro. Porque sólo así renonocemos nuestra verdadra humanidad. ¿Que tan humanos somos?
martes, 1 de noviembre de 2011
CARGAR CON EL MUERTO (Reflexiones de sobre la muerte desde la vida)
Esta entrada no es alusiva precisamente a la celebración mexicana del día de muertos, ni tampoco al significado literal del dicho popular, pero por una extraña coincidencia, de esas que ocurren a cada momento en la vida, justo será publicada el día de todos los santos.
El motivo de esta entrada y este título, tiene que ver realmente, con el fallecimiento reciente de una persona muy querida para mi familia y para mí y las reflexiones que el acontecimiento me llevó a realizar.
Consanguíneamente, la persona en cuestión, no pertenecía a la familia, sin embargo, poco a poco y con el paso del tiempo se volvió aún más familiar que muchas otras personas con quienes sí comparto sangre. A manera de preámbulo, te cuento un poco nuestra historia y luego continúo con el tema central de la entrada.
Para los mexicanos, el compadrazgo es un vínculo que une a las personas de forma muy estrecha y éste era el caso con la persona en cuestión. Mi padre, quien tampoco está ya con nosotros y, por quien también hago estas reflexiones, bautizó al hijo de “la comadre” -nombre cariñoso con que todos en casa nos referíamos a ella-. El compadrazgo no fue algo previsto y previamente consensuado, pues resulta que el mismo día del bautizo, el padrino designado faltó al evento y entonces pidieron a mi padre que lo substituyera. Dadas las circunstancias, no era posible que mi padre se negara, así que aceptó y desde entonces se convirtieron en compadres y desde entonces el vínculo se estrechó, como correspondía a la tradición. En ese tiempo, mis padres aún no estaban casados, así que mi padre llegó al matrimonio con ese compadrazgo a cuestas y mi madre se adhirió a él al casarse, convirtiéndose también en comadre de “La Comadre” por adopción. Luego la relación fue reforzándose con el pasar de los tiempos y “La Comadre” se convirtió en una presencia continua y muy querida para toda la familia.
La Comadre era una persona sui generis. Desde mi punto de vista, era una persona muy independiente que no se dejaba intimidar por otros y siempre defendía su punto de vista; luchona, porque siempre asumía su realidad de forma frontal y buscaba la forma de salir adelante; Directa, no se andaba con medias tintas, como se dice acá, sino que siempre decía lo que sentía; Apasionada de la vida, queriendo disfrutar hasta el último instante de dicha que se le brindara. Tuvo una vida difícil, sin embargo yo jamás la escuche quejarse de las experiencias que la vida le ofrecía, al contrario siempre las embestía de frente y las trascendía. Siempre estaba ávida de conocer nuevas cosas y experimentarlas, pero sin amargarse si no las obtenía.
Su muerte, como toda muerte de un ser querido, me hizo reflexionar sobre múltiples cosas. La primera de ellas, me hizo darme cuenta más conscientemente de esa especie de vacío o burbuja atemporal en la que uno entra cuando la noticia de la muerte nos impacta. Ese lugar donde el pasado, el presente y el futuro convergen y se mezclan desdibujando sus límites. Donde el tiempo, se convierte en un continuo y parece no transcurrir, paralizarse, permitiéndote hacer un análisis de todas experiencias vividas con la persona fallecida en un instante.
Es justo ese momento sin tiempo donde podemos repasar la experiencia de vida conjunta y darnos cuenta de su significado real. Regularmente las experiencias que recordamos en ese momento son las más cargadas de emoción para nosotros y pueden ser negativas como los resentimientos y remordimientos, o positivas como agradecimientos, aprendizajes asimilados gracias a esa persona que ya no está. Quizá, es toda esa mezcla de emociones agolpada de pronto en nuestra mente, lo que nos hace llorar profusamente ante el ataúd, pues en ese momento nos parece que ya no tienen solución alguna, se vuelven definitivas, insalvables, inamovibles, perpetuas, bueno, tan perpetuas como la existencia humana pueda serlo.
Una vez repasadas todas las experiencias de vida compartidas, podemos hacer un balance de las mismas y encontrar que un lado u otro puede pesar más. Si a lo que le das más importancia, son los resentimientos y remordimientos, entonces éstos se convierten en una carga muy pesada para llevar a cuestas, pues tendrás, a partir de ese momento, que cargarla solo, ya no podrás distribuirla con quien te ayudó a generarlos. Por otro lado, Si pesa más lo positivo, los aprendizajes y agradecimientos, entonces pareciera ser que tu carga emocional se aligera, y es cuando sientes con certeza que la persona fallecida nunca podrá irse de tu lado porque se integra a ti, se fusiona contigo.
Desde luego todas las experiencias compartidas, sean positivas o negativas, te habrán dejado ya un aprendizaje y quizá hayan marcado tu posterior desarrollo. Pero creo, que es justo en esa burbuja atemporal, donde se nos permite modificar el peso de las experiencias y decidir de manera consciente si para ti será más pesado lo positivo o lo negativo de tu relación con el fallecido. Eso significa que el balance con lo que te quedes, positivo o negativo, será entonces tu entera responsabilidad y no la del muerto.
Lo anterior significa que (y por eso el título de esta entrada, si es que no había quedado claro ya), en ambos casos, tendremos que “cargar con el muerto”- esa expresión coloquial que significaba que deberemos cargar con la culpabilidad de la muerte si no se puede determinar al culpable real, pero que en sentido figurado significa que te responsabilizas de las consecuencias de tus actos-. Y si de cualquier forma deberemos cargar con el muerto, lo mejor será darnos cuenta de que la carga será distinta en función de lo que decidamos conservar de él y nuestra relación.
Te invito a reflexionar el día de Todos los Santos en el peso que tienen tus muertos, quizá aún estemos a tiempo de modificarlo.
jueves, 18 de agosto de 2011
UBUNTU
Hoy, escuchando a Gaby Vargas en MVS noticias, mencionaba algo que llamó mi atención, se trata de Ubuntu, un concepto africano tradicional que, según wikipedia, significa algo así como “Soy porque nosotros somos”, quizá algo muy parecido, según entiendo, a lo que puede significar el Namasté hindú. La palabra forma parte de la expresión “umuntu ngumuntu ngabantu”, que significa “una persona se hace humana por razón de las demás personas”.
Creo que Ubuntu es un concepto que todos deberíamos aplicar en nuestra realidad cotidiana, mirarnos en el otro, ser a través de lo que el otro es y entender que todos estamos conectados, que si hacemos daño a los demás, nos lo hacemos a nosotros mismos, que si despreciamos a los demás, nos despreciamos a nosotros mismos, que si odiamos al otro, lo que en realidad odiamos es lo que somos, porque nuestra conexión nos hace parte del mismo universo y como parte de él si algo no funciona, todos somos afectados.
Ubuntu, entonces nos hace mirar al otro para reconocernos en él y saber entender justamente el precepto de amor que todas las religiones pregonan de una u otra forma, si doy al otro la misma dignidad y amor que me doy a mismo, entonces el otro estará bien y yo estaré bien, pero si por el contrario busco sólo mi bienestar y niego el bienestar al otro, entonces ninguno de los dos estará bien, pues yo viviré temiendo perder lo que tengo a manos del otro y el otro vivirá ambicionando lo que yo tengo.
Desde esa perspectiva entonces, Ubuntu es lo que nos hace falta para entender que no podemos continuar en un sistema socio-económico que condena a más de la mitad de la población a la pobreza extrema, a la hambruna, a morir violentamente en guerras estúpidas, que condena a millones a trabajar en lugares insalubres por cantidades irrisorias de dinero para medio sobrevivir y sobre todo que condena a vivir sin dignidad a más de la mitad de la población.
Mi propuesta entonces hoy, es que volvamos la vista y miremos al otro, nos reflejemos en él y entendamos su situación, para poder entender también la nuestra y así poder encontrar formas de mejorar la de ambos.
Para acompañar esta historia te comparto un video de una conferencia dada por la escritora nigeriana Chimanda Adichie, autora de la novela “La flor púrpura” que se titula “El peligro de la historia única”, es decir el peligro de no mirar al otro más que a través de los paradigmas y clichés aprendidos.
miércoles, 20 de julio de 2011
ALCANZAR EL OCEANO
Supongo que para muchos, el poema “Pasatiempo” de Mario Benedetti no les será desconocido. Para aquellos que lo conocen, lo incluyo aquí para que al releerlo, lo re-sientan y para quienes no lo conozcan, con la finalidad de que hagan el ejercicio de identificarse con él.
Cuando éramos niños
los viejos tenían como treinta
un charco era un océano
la muerte lisa y llana
no existía
luego cuando muchachos
los viejos eran gente de cuarenta
un estanque era océano
la muerte solamente
una palabra
ya cuando nos casamos
los ancianos estaban en cincuenta
un lago era un océano
la muerte era la muerte
de los otros
ahora veteranos
ya le dimos alcance a la verdad
el océano es por fin el océano
pero la muerte empieza a ser
la nuestra.
¿A qué viene el poema con esta entrada? Pues bien, resulta que últimamente ha estado dando vueltas en mi cabeza el sentido de la sabiduría y la madurez. Pienso que, la gran mayoría, cree que la madurez y la sabiduría son dones que adquiriremos como derecho propio a través de los años y entonces no nos esforzamos en crecer sino en pasar el tiempo, pretendiendo que con ello, un buen día, alcanzaremos ambas condiciones y entonces, mágicamente, podremos alcanzar con ellas la verdad.
Ojalá la vida fuera así de sencilla y solo necesitáramos del paso del tiempo para volvernos sabios. Pero la realidad es muy distinta, pareciera que, por regla general, nos quedamos estancados en alguna etapa de la vida y dejamos de crecer como individuos, repitiendo una y otra vez los mismos patrones de conducta que aprendimos en la infancia, la adolescencia, o la temprana adultez.
En algún momento de la vida, no entiendo muy bien por qué motivos (aunque presiento que puede deberse a los miedos acumulados, a los ejemplos y aleccionamientos recibidos) nos vamos creando ciertas rutinas que repetimos y repetimos hasta el hartazgo y que van enajenando nuestras capacidades, es decir vamos dejando de ser seres humanos íntegros, convirtiéndonos en una especie de autómatas sin capacidad de asombro, de aprendizaje o de disfrute.
Para ejemplificarlo, nada mejor que pensar en la rutina del día a día de los millones de trabajadores asalariados en nuestras grandes ciudades: Te levantas; te bañas; te vistes; desayunas; te vas al trabajo, cualquiera que este sea, y estando en él, realizas las mismas actividades día tras día, quizá alteradas por algún acontecimiento sin importancia de vez en cuando, pero regularmente las mismas; después regresas a casa, te tiras en el sillón o en la cama, cansado de la rutina del trabajo y de los trayectos inhumanos en transporte público y para no pensar en el vacío de tu existencia, embotas tu cerebro con cualquier cantidad de programas televisivos basura, quizá con ninguno en particular, simplemente cambiando de canal cada cierto tiempo sin tomar consciencia de lo que se proyecta en cada uno de los que van pasando.
Últimamente me he estado preguntando si ¿es así como debe desarrollarse nuestra existencia? ¿quién nos vendió la idea de que debíamos sumergirnos en esa rutina y por qué la compramos? ¿existe otra salida? ¿podemos dejar esas rutinas diarias? ¿queremos dejarlas o preferimos perder nuestra existencia en ella?
Meditando en esas preguntas llega hasta mí una negación con mayúsculas: NO. Me niego a pensar que nuestra vida deba pasar en esas rutinas infames, me niego a pensar que nuestro único objetivo sea levantarnos, transportarnos al trabajo, trabajar para conseguir dinero y mal vivir como resultado, sin mayor objetivo, día con día, sin descanso, categóricamente me rehúso a seguir en este círculo vicioso día tras día.
Y ya puesta en esa decisión de negarme a ello, ahora me pregunto quizá lo que tú también te has preguntado alguna vez: ¿cómo le hago para dejar esa rutina?¿cómo salgo de este engranaje social para encontrar mi propio camino de crecimiento ¿cómo alcanzo por fin el océano?
Esa nueva pregunta desde luego me ha llevado a muchas más reflexiones, pero creo que por el momento lo dejaré aquí para que también tú puedas reflexionar sobre tus rutinas…
martes, 17 de mayo de 2011
LAS RELACIONES Y EL PAPEL ARRUGADO
Ayer, alguien muy importante en mi vida, me comentaba una dinámica de un curso de calidad al que asistió en el cual se les pedía relatar la peor experiencia de servicio que hubieran tenido y, conforme relataban, se les permitió arrugar una hoja de papel cuando sintieran enojo y frustración por el mal servicio recibido.
Al final de los relatos, el facilitador les pidió que trataran de alisar las hojas arrugadas con un disculpe, lo sentimos, son las políticas del establecimiento, etc., disculpas todas que damos los servidores cuando algo sale mal y nos encontramos frente a frente con un cliente enojado. Las hojas, por supuesto, no volvieron a su estado original de prístina lisura, quedaron marcadas, dobladas, arrugadas.
Ese ejercicio me puso a pensar en nuestras relaciones personales, sobre todo en las relaciones que son más importantes para nosotros: la de pareja, las amistades y la familia y en la forma en que desgastamos esas relaciones importantes con nuestras acciones.
Por ignorancia, descuido,o simplemente por la imperfección de nuestra esencia, siempre cometemos errores en nuestras relaciones, somos humanos decimos, todos cometemos errores. Y con esa disculpa de por medio mentimos, damos por sentado, sobrevaloramos, menospreciamos, confundimos, insultamos, agredimos, desconfiamos, en fin dañamos a los que decimos querer de muchas formas:
La forma del deño puede ser de muchos tipos: de pensamiento, de palabra, de obra u omisión, como reza la oración penitencial católica del Yo confieso...Y el caso es que lo hacemos sin pensar en las consecuencias, al calor del momento, por la presión de las circunstancias,porque se dió simplemente sin estar conscientes de las consecuencias
Regularmente pensamos que aquel al que ofendemos, por ser alguien que nos ama, tiene la obligación de perdonarnos, de olvidar lo que dijimos y de seguir amándonos por siempre, damos por sentado que así será y eso nos hace ser menos cuidadosos de nuestros pensamientos, acciones, palabras y omosiones.
Efectivamente, si amamos a alguien, ese amor nos impele a disculpar sus faltas, a perdonar ofensas y seguir adelante como si nada hubiera pasado. Pero la realidad es que sí pasó y la memoria de los seres humanos es muy grande y trabaja en formas misteriosas, de tal forma que algo que pensabamos olvidado, superado, guardado, de momento regresa a atormentarnos, justo cuando menos lo esperamos, tanto si eres el ofendido, como si eres el ofensor.
Es entonces que tratamos, como en la dinámica de calidad, de alisar el papel con disculpas, contriciones, regalos, alhagos y mil cosas más.Pero la realidad es que, como el papel, una relación que ya hemos alterado de alguna forma, nunca vuelve a ser la misma, cambia. Se pierde la confianza, se deteriora la imagen que tenemos del ser amado,se guardan resentimientos que afloran en el momento menos esperado para atormentarnos y fracturar más la relación.
Por esas situaciones hay parejas que se separan, hijos que huyen de casa, amigos que nos abandonan, hermanos que se pelean y no vuelven a hablarse.
¿Qué debemos hacer entonces para evitar que las relaciones se arruguen como el papel? Ser seres conscientes, mantenernos alertas cuando interactuamos con los demás.
Habrá quien argumente, pero si nadie es perfecto, todos cometemos errores, es humano, es parte de nuestra naturaleza, es nuestro derecho errar para aprender. Y efectivamente estarán en lo cierto, sí todos nos equivocamos, todos cometemos errores, es nuestra naturaleza, sí.
Simplemente hay que considerar y asumir que una vez arrugado, el papel no regresa a su estado de lisura original.
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