En la entrada pasada hablábamos de la
justicia, entendida como la equidad en la distribución de bienes, pero hay otra parte de la justicia que me gustaría
explorar: Como sentido de respeto e igualdad de todas las personas.
¿Qué tiene que ver el respeto y
la igualdad con la justicia? te preguntarás. Bueno, pues, eso trataré de
desarrollar en este espacio.
La Real Academia Española define
al respeto como la veneración, acatamiento
que se hace a alguien, también dice que es el miramiento,
consideración, deferencia. Lo anterior nos habla, en resumen, de considerar al
otro, al que tenemos en frente, pero ¿cómo debe ser esa consideración? Es allí
donde entra la igualdad, es decir que para ser justo, debo ver al otro desde
una perspectiva horizontal, no vertical.
¿A qué me refiero con ello? Pues
resulta que, regularmente, los seres humanos no nos vemos como iguales, siempre
vemos a los otros como distintos de nosotros, siempre nos comparamos con ellos,
y siempre en la comparación resultamos ser mejores o peores que los otros, pero
no iguales. Para corroborar este punto de vista te pregunto, por ejemplo ¿Cómo
ves a tu vecino o cómo ves a tu jefe? Pongo estos dos ejemplos porque son justo
las relaciones más conflictivas que podemos tener después de la familia.
Si vives en un condominio
regularmente pensarás que tus vecinos son demasiado escandalosos, o muy poco
colaborativos con los demás, tal vez hasta molestos y descuidados. Y bueno, de
lo que piensas de tu jefe mejor ya ni hablamos.
Sirva simplemente el ejemplo para
darnos cuenta de que en la realidad no vemos la igualdad entre los seres
humanos y de que al no haber igualdad, se pierde el respeto y al perderse el
respeto, se pierde, tarde o temprano, la justicia y con ella la posibilidad de
ver por la humanidad en su conjunto.
Justo ese desenlace es el que hoy
se hace manifiesto en nuestro país tras las elecciones. Pues la clase política
ha llegado a la total falta de respeto al pueblo, no importándoles gastar su
presupuesto, proveniente de los bolsillos de los contribuyentes, en cosas que
para nada nos benefician, como construir monumentos absurdos, como la Estela de
Luz o cambiar los vehículos de los senadores y diputados, comprar un avión presidencial
a fin de sexenio, o simplemente dándose bonos millonarios cada que se les
ocurre, mientras el pueblo en general vive cada vez más pobre y endeudado.
Pero a lo que hemos llegado como
país, o como mundo en general (porque me atrevo a pensar que casi todos los
países del mundo se encuentran en similares condiciones y por ello todos los
movimientos de indignados a nivel mundial), tiene su origen en lo personal.
Cada vez que considero al otro como distinto de mi, como diferente y,
regularmente, peor que yo, me doy permiso para no tratarlo como se merece, para
faltarle al respeto, para restarle importancia y para recibir más que él a
cambio de existir.
De ahí surge la discriminación:
Cada que alguien llama a alguien naco, indio, negro, lo hace porque no los
considera sus iguales, se considero superior a ellos.
También de allí surge la
violencia: pues si no se aprecia la vida del otro ¿Qué nos detiene para
insultarle, golpearle o incluso, matarle?
Desde luego, también de allí
surge el hambre y la desigualdad social porque si alguno se considera superior,
es perfectamente justo y entendible que tenga más que el otro ¿o no?
Esa forma de pensar desigual,
vertical, es la que nos ha puesto en
donde hoy estamos. Y por ello, es importante que la cambiemos.
Si queremos ver un futuro mejor
para todos, tal como están las cosas, no lo lograremos, a menos que empecemos a
ver a los otros como iguales, a nivel comunidad, país y mundial. Es sólo
cuestión de modificar nuestro enfoque, nuestra perspectiva. No sigamos
tropezando con la misma piedra de la desigualdad.
Y hablando de piedras, te cuento
la anécdota de la piedra para ejemplificar el cambio: “El distraído tropezó
con ella, el violento la utilizó como proyectil, el emprendedor construyó con
ella, el campesino cansado, la utilizó como asiento, para el niño fue solo un
juguete, Drummond la poetizó, David la utilizó para matar a Goliat, y Miguel
Ángel le sacó la más bella escultura. En todos los casos, la diferencia no
estuvo en la piedra sino en el hombre.”
Así que mi invitación hoy es que empieces a ver
a tus iguales como iguales, para así poderlos respetar, amar y ser justo con
ellos, porque sólo depende de ti.
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