martes, 30 de octubre de 2012

En el umbral de la Vida

“Al final del camino de la vida, no te preguntarán "que tienes", sino "quien eres" ¿Cuál será tu respuesta?”.          Rene Juan Trosero


Se dice que los mexicanos jugamos con la muerte en lugar de temerle. Más exacto sería, tal vez, decir que los antiguos mexicanos la veían como inseparable compañera de la vida. Sin embargo, los mexicanos de hoy, igual que  otros pueblos, han dejado su concepción ancestral para ceder el paso a la concepción occidental, en la cual la muerte no se nombra y se ignora su presencia para conjurar su llegada.
Tal vez lo que más nos asusta, a los occidentales, de la muerte, no es su existencia en sí, sino el no haber sabido aprovechar la vida y darnos cuenta de ello demasiado tarde.
En la actualidad es muy común permanecer adormilados todo el tiempo. Nos sumergimos en un sinfín de actividades compulsivamente y nos dejamos absorber por ellas durante gran parte de nuestra vida, o simplemente, nos alienamos frente al televisor mirando la vida de otros en lugar de vivir la nuestra.
La prisa, las actividades y el miedo, nos impiden recordar que nuestra vida es breve y que un día ya no estaremos.
Sumergidos en ese movimiento constante, permanecemos día tras día sin preguntarnos por el sentido de nuestra existencia. Hasta que, en un momento dado, la vida nos sacude y nos enfrenta a la realidad de nuestra impermanencia.
Puede ser en cualquier momento y cualquier circunstancia, pero generalmente, es un acontecimiento que rompe nuestra rutina abruptamente el que abre la puerta a las interrogantes incómodas.  Tal vez  un accidente, la enfermedad o muerte de un ser querido o simplemente un momento de luz en el que percibimos que la vida se acaba sin previo aviso y no hemos disfrutado de ella ni sabemos cuál es la finalidad de nuestra existencia en ella.

Es entonces cuando surgen las preguntas trascendentes: ¿Qué sentido tiene estar vivos? ¿Cuál es nuestra misión en el mundo? ¿Qué es lo que realmente es importante en nuestra vida?
Para la mayoría de nosotros, el día transcurre entre el trabajo, la convivencia con la familia y amigos y el descanso. Así que podríamos afirmar que esas tres son las cosas más importantes para el ser humano, pero analicemos más de cerca esa rutina.
Todos podríamos estar de acuerdo en que las relaciones familiares y de amistad son de las cosas más importantes para la mayoría, quizá hasta podríamos decir que son lo más importante en la vida ¿cierto? Pero ¿Cuánto tiempo pasamos realmente con la gente que amamos? Regularmente trabajamos durante la mayor cantidad de horas al día y sólo llegamos a casa prácticamente para dormir, tan cansados y hartos de la rutina, que lo único que hacemos es ponernos frente al televisor, la computadora o el teléfono celular, dejando de lado la convivencia  con las personas que tanto nos importan. ¿Incongruente no?
Sí las relaciones no son lo más importante, analicemos que ocurre con  aquello a lo que dedicamos más tiempo: Nuestro trabajo ¿cierto? Bueno, pues si nos atenemos a encuestas mundiales sobre satisfacción en el trabajo, encontramos que un alto porcentaje, alrededor del 40% de los trabajadores en todo el mundo, no encuentran satisfacción en su trabajo y sin embargo, gastan la mayor parte de su vida en ello, principalmente porque requieren de su salario para cubrir sus necesidades básicas y las de su familia.
Entonces ¿qué es lo realmente trascendente en nuestra vida? Pues pareciera, al final, que en la actualidad muchas personas viven una vida marcadas de incongruencias e insatisfacciones, haciendo lo urgente para sobrevivir, pero no lo importante. ¿Tiene sentido eso? Desde luego que No. Quizá no haya una respuesta “correcta” para  todos, sin embargo, lo importante es que no nos vayamos de esta vida sin encontrar esa respuesta.
¿Cómo encontrar ese sentido ulterior de la vida? ¿Cómo encontrar esa satisfacción en lo que hacemos? Tratando de responder a esto, desde mi punto de vista personal, recomiendo hacer tres cosas: Primero, mantener siempre estas interrogantes en el umbral de nuestra conciencia, no permitiendo que la rutina nos absorba y nos adormezca. Segundo buscar hacer aquello que realmente nos gusta, no permitiendo que las urgencias de la vida cotidiana nos hagan conformarnos con empleos que no disfrutamos sólo por un salario y por último ordenar realmente nuestras prioridades, haciendo el ejercicio de conocer y reconocer lo que realmente disfrutamos hacer y las personas con quienes disfrutamos estar.
Valdría la pena preguntarse, como Steve Jobs, en su célebre discurso en Stanford : “Sí hoy fuese el último día de mi vida, ¿querría hacer lo que voy a hacer hoy? Y si la respuesta era “No” durante demasiados días seguidos, se que necesito un cambio”.
¿Qué pasaría si estuviéramos equivocados y desperdiciáramos la oportunidad de ser felices por preocuparnos de cosas materiales y triviales?