Se dice que los mexicanos jugamos
con la muerte en lugar de temerle. Más exacto sería, tal vez, decir que los
antiguos mexicanos la veían como inseparable compañera de la vida. Sin embargo,
los mexicanos de hoy, igual que otros
pueblos, han dejado su concepción ancestral para ceder el paso a la concepción
occidental, en la cual la muerte no se nombra y se ignora su presencia para conjurar
su llegada.
Tal vez
lo que más nos asusta, a los occidentales, de la muerte, no es su existencia en
sí, sino el no haber sabido aprovechar la vida y darnos cuenta de ello
demasiado tarde.
En la actualidad es muy común permanecer adormilados todo el
tiempo. Nos sumergimos en un sinfín de actividades compulsivamente y nos
dejamos absorber por ellas durante gran parte de nuestra vida, o simplemente, nos
alienamos frente al televisor mirando la vida de otros en lugar de vivir la
nuestra.
La prisa, las actividades y el miedo, nos impiden recordar
que nuestra vida es breve y que un día ya no estaremos.
Sumergidos en ese movimiento constante, permanecemos día
tras día sin preguntarnos por el sentido de nuestra existencia. Hasta que, en
un momento dado, la vida nos sacude y nos enfrenta a la realidad de nuestra
impermanencia.
Puede ser en cualquier momento y cualquier circunstancia,
pero generalmente, es un acontecimiento que rompe nuestra rutina abruptamente
el que abre la puerta a las interrogantes incómodas. Tal vez un accidente, la enfermedad o muerte de un ser
querido o simplemente un momento de luz en el que percibimos que la vida se
acaba sin previo aviso y no hemos disfrutado de ella ni sabemos cuál es la
finalidad de nuestra existencia en ella.
Es entonces cuando surgen las preguntas trascendentes: ¿Qué
sentido tiene estar vivos? ¿Cuál es nuestra misión en el mundo? ¿Qué es lo que
realmente es importante en nuestra vida?
Para la mayoría de nosotros, el día transcurre entre el
trabajo, la convivencia con la familia y amigos y el descanso. Así que
podríamos afirmar que esas tres son las cosas más importantes para el ser
humano, pero analicemos más de cerca esa rutina.
Todos podríamos estar de acuerdo en que las relaciones
familiares y de amistad son de las cosas más importantes para la mayoría, quizá
hasta podríamos decir que son lo más importante en la vida ¿cierto? Pero
¿Cuánto tiempo pasamos realmente con la gente que amamos? Regularmente
trabajamos durante la mayor cantidad de horas al día y sólo llegamos a casa
prácticamente para dormir, tan cansados y hartos de la rutina, que lo único que
hacemos es ponernos frente al televisor, la computadora o el teléfono celular,
dejando de lado la convivencia con las
personas que tanto nos importan. ¿Incongruente no?
Sí las relaciones no son lo más importante, analicemos que
ocurre con aquello a lo que dedicamos
más tiempo: Nuestro trabajo ¿cierto? Bueno, pues si nos atenemos a encuestas
mundiales sobre satisfacción en el trabajo, encontramos que un alto porcentaje,
alrededor del 40% de los trabajadores en todo el mundo, no encuentran
satisfacción en su trabajo y sin embargo, gastan la mayor parte de su vida en
ello, principalmente porque requieren de su salario para cubrir sus necesidades
básicas y las de su familia.
Entonces ¿qué es lo realmente trascendente en nuestra vida?
Pues pareciera, al final, que en la actualidad muchas personas viven una vida
marcadas de incongruencias e insatisfacciones, haciendo lo urgente para
sobrevivir, pero no lo importante. ¿Tiene sentido eso? Desde luego que No. Quizá
no haya una respuesta “correcta” para todos, sin embargo, lo importante es que no
nos vayamos de esta vida sin encontrar esa respuesta.
¿Cómo encontrar ese sentido ulterior de la vida? ¿Cómo
encontrar esa satisfacción en lo que hacemos? Tratando de responder a esto,
desde mi punto de vista personal, recomiendo hacer tres cosas: Primero, mantener
siempre estas interrogantes en el umbral de nuestra conciencia, no permitiendo
que la rutina nos absorba y nos adormezca. Segundo buscar hacer aquello que
realmente nos gusta, no permitiendo que las urgencias de la vida cotidiana nos
hagan conformarnos con empleos que no disfrutamos sólo por un salario y por último
ordenar realmente nuestras prioridades, haciendo el ejercicio de conocer y
reconocer lo que realmente disfrutamos hacer y las personas con quienes
disfrutamos estar.
Valdría la pena preguntarse, como Steve Jobs, en su célebre discurso
en Stanford : “Sí hoy fuese el último día de mi vida, ¿querría hacer lo que voy a
hacer hoy? Y si la respuesta era “No” durante demasiados días seguidos, se que
necesito un cambio”.
¿Qué pasaría si estuviéramos equivocados y desperdiciáramos la
oportunidad de ser felices por preocuparnos de cosas materiales y triviales?
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