jueves, 11 de abril de 2013

Empatía y Compasión



“Qué pueda ayudar a todos los seres, y si alguna vez me canso de esta gran obra, que mi cuerpo se destruya en mil pedazos¨  Plegaria de  Avalokiteshvara (Buda de la compasión)
Cada día entablamos sin número de contactos con los demás seres humanos: con nuestros familiares, vecinos, compañeros de trabajo, incluso con desconocidos.
En estos contactos actuamos desde nuestras creencias (y al hablar de creencias no me refiero  únicamente a las religiosas sino a las morales, sociales, políticas, económicas, etc.) sin considerar las creencias de los otros, las cuales pueden ser similares a las nuestras o totalmente opuestas. Si las creencias de los otros son similares a las nuestras formaremos con ellos relaciones y alianzas, pero si son opuestas, los tacharemos de estar equivocados y trataremos de hacerlos entrar en “razón”, es decir, de hacerlos pensar y actuar como nosotros.
Hace poco leía una frase que lo sintetiza perfectamente: Todos pensamos que hacemos lo correcto, de otra forma no lo haríamos. La misma frase puede aplicarse a genocidas como Hitler o a personas compasivas como la Madre Teresa de Calcuta. Pensamos y reaccionamos considerando que nuestro actuar es el correcto y que los demás deben entendernos, apoyarnos y estar de acuerdo con lo que hacemos porque tenemos la razón, no puede ser de otra forma. Pero ¿lo es? ¿Siempre tenemos la razón? Juzga tú los ejemplos…
Lo que puede quedarnos claro con los ejemplos de Hitler y la Madre Teresa, más allá de la perspectiva moral, es que, regularmente, nuestra forma de ver la vida se encuentra  limitada a nuestra experiencia particular y que esa forma limitada de ver nuestras acciones y creer en ellas nos genera  conflictos con los demás. Pues, de entrada, todos los demás están equivocados. Pero ¿lo están de verdad? ¿Un individuo en particular puede poseer la verdad absoluta? ¿Quién entonces la posee? Y sobre todo ¿Nos sirve de algo tener la verdad absoluta a costa de que todos los demás estén equivocados?
Si fuera posible que un solo individuo poseyera la verdad absoluta habiendo tantas otras, pronto nos daríamos cuenta que no nos sirve de mucho poseerla, pues por más que nos esforzáramos nunca lograríamos hacérsela creer a todos. Quizá, como en el caso de Hitler, podríamos convencer a varios millones de nuestra verdad, pero nunca lograríamos convencer a todos. Ni por la fuerza y mucho menos por el entendimiento. ¿De qué nos serviría entonces poseerla?
Con lo anterior podemos darnos cuenta de que quizá no sea muy sabio, ni muy divertido, pretender poseer la verdad absoluta, dando por sentado que todos los demás están equivocados,  pues nos impide abrirnos hacia otras posibilidades de actuación y con ello, crecer. De nuestra capacidad para abrirnos a la perspectiva de otros depende nuestra evolución como seres humanos. Lo cual podemos lograr a través de la empatía que nos lleve al entendimiento y asimilación de las verdades de los otros. ¿No sería acaso mejor poseer varias verdades que una sola?
Muchos hemos escuchado el concepto de empatía, es decir, la capacidad que tenemos de poder conectar con la visión de otros respecto a sus creencias y acciones. Pero ¿realmente la practicamos? La mayor parte de las veces no lo hacemos. Y no lo hacemos porque nuestras creencias de lo “bueno y correcto” nos impiden ver desde la perspectiva de otros. Si de inicio pensamos que están equivocados ¿Qué nos motivaría a intentar siquiera ver las cosas como ellos las ven?
Por tanto, para poder asimilar la verdad de otros necesitamos de un ejercicio consciente de empatía que sólo puede llevarse a cabo a través del genuino interés  y compasión por otros, como en el caso de la Madre Teresa. Si al menos percibiéramos que nuestra visión de la vida es muy limitada, eso sería suficiente para ayudarnos a entender  la perspectiva de otros.
Quizá, visto desde otra perspectiva, una acción de otro que a simple vista nos parece intolerable, se convierte en una acción necesaria y viceversa, una actuación nuestra que consideramos correcta, deja de ser justificada si la apreciamos como otros la observan.
El genuino interés por otros aunado a la compasión, nos llevaría, por ejemplo, a ir más allá de las apariencias con las personas y poder entender el porqué de sus acciones sin juzgarlas a priori.
Mi invitación hoy es a que, antes de juzgar y descalificar a alguien por sus acciones, trates de comunicarte con él o ella y trates de entender cuál es su motivación para hacerlo.
 
 
Ver la vida como la ven otros quizá en algún momento nos abra a la verdadera compasión.