miércoles, 22 de febrero de 2012

Wabi-sabi: La belleza de lo imperfecto, temporal y asimétrico como estilo de vida.

Hace algunos días, me encontré con este término estético japonés: Wabi-sabi, el cual representa toda una filosofía de lo perenne, imperfecto y asimétrico como características intrínsecas de lo bello. A veces a los occidentales, empeñados como estamos, en vivir algo único, el síndrome de “lo más”, como yo lo denomino: la experiencia más extraordinaria, más alucinante, más bella, más satisfactoria, es decir, empeñados en la perfección y ostentación de todo, nos cuesta trabajo encontrar la belleza en lo simple, lo natural, lo cotidiano, lo de todos los días, lo que nos encontramos ante nuestras miradas en nuestro andar por la vida. Pasamos por la vida sin darnos cuenta de los regalos que la vida misma nos ofrece a cada paso: Vemos un cielo despejado con nubes como pinceladas y en lugar de maravillarnos por su belleza y agradecerla, nos quejamos del sol, de que no existe sombra que nos cubra, etc. Observamos una estrella refulgiendo justo delante de nosotros al voltear la mirada hacia el cielo y no nos maravilla; Observamos una planta entre el sofocante asfalto abriéndose a la vida y la arrancamos porque arruina el paisaje o estorba nuestro paso. Y desde luego pasamos por la vida sin ver siquiera a los que se nos cruzan en ella, por miedo a involucrarnos más allá de lo que nuestra individualidad nos permite. La belleza para poder ser percibida y admirada, tal como plantea la filosofía wabi-sabi, requiere involucrarnos, trascender los modos convencionales de mirar y pensar las cosas, ver la esencia más allá de la forma, pues en ella podemos encontrar la razón y belleza de lo exterior. Por ejemplo, si observamos un rostro, el nuestro ante el espejo por ejemplo, observamos que nuestros ojos no son totalmente simétricos, que una ceja se encuentra más arriba y más poblada que otra, que tenemos un orificio nasal más grande, una comisura labial más pronunciada, pero justo son esas imperfecciones, asimetrías y rasgos lo que hacen, en lo externo, lo que somos, lo que nos hace únicos y distinguibles de los demás. Si a alguien se le ocurriera hacernos un retrato y tratara de emparejar en él las imperfecciones que tenemos acabaríamos por no reconocernos en él, y efectivamente no nos representaría. También, si tuviéramos por costumbre observarnos detenidamente y observar nuestro entorno con ese mismo detenimiento, nos percataríamos que a cada momento todo cambia de forma, que todo es mutable y todo en un momento dado tiende a la nada de la que partió, es decir que todo nace, muere y cambia continuamente a nuestro alrededor, incluso nosotros, porque esa es nuestra naturaleza, el cambio infinito. Es por eso que el wabi-sabi es el sentido estético de lo perenne, de lo mutable, nada permanece al momento siguiente como fue en el momento anterior. Pero el ser humano común no nota esos cambios porque no observa detenidamente y no vive en el aquí y ahora. Vivimos inmersos en el pasado, observamos a los demás desde el pasado, desde lo que fueron, desde lo que nos hicieron, de lo que sentían, de cómo actuaban. No damos a los demás y nos damos a nosotros mismos la posibilidad de cambiar en el tiempo, de observar efectivamente que somos otros y que por lo tanto no podemos, ni debemos, imaginar que todo sigue como ayer, porque entonces nos limitamos y nos extraviamos en el devenir. Quizá por eso cuando observas a los seres humanos sus miradas parecen extraviadas, porque se perdieron en un momento del tiempo y la existencia que ya no es y no encuentran como empatarse con el aquí y el ahora. En síntesis, Los postulados del wabi-sabi, según nos dice Leonard Koren, en su libro Wabi-sabi para artistas, diseñadores, poetas y filósofos, son: 1. Todas las cosas son mudables: La tendencia hacia la nada es implacable y universal. Incluso cosas que tienen todas las características de la sustancia (duras, inertes, sólidas) no ofrecen más que una “ilusión” de permanencia. Todo se gasta. Los planetas y las estrellas, e incluso las cosas intangibles como la reputación, la herencia familiar, la memoria histórica, los teoremas científicos, las pruebas matemáticas, las bellas artes y la literatura (incluso en su forma digital): a la larga, todos se desvanecen en el olvido y la no existencia. 2. Todas las cosas son imperfectas. Nada de lo que existe está libre de imperfecciones. Cada artesano conoce los límites de la perfección: las imperfecciones saltan a la vista. Y cuando las cosas empiezan a estropearse y se acercan a su estado primordial, se vuelven incluso menos perfectas, más irregulares. 3. Todas las cosas son incompletas. Todas las cosas, incluso el universo mismo, están en un estado constante, perpetuo de transformación o de disolución. La noción de conclusión no tiene cabida en el wabi-sabi. Así que mi invitación hoy es a aprender a ver las cosas tal y como son, y aprender a ir más allá de la mirada para poder aprehender la belleza intrínseca en todo lo existente.

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