miércoles, 7 de marzo de 2012

EL PERDÓN

Hoy me gustaría explorar el tema del perdón. El perdón regularmente lo asociamos con el olvido y la disculpa, es decir, lo asociamos con el acto de bondad que ofrecemos a los demás cuando nos ofenden, pero el perdón va mucho más allá de esa concepción judeo-cristiana. Para mí, el perdón tiene más que ver con nuestro camino hacia el amor, tanto el amor a uno mismo como del amor a los demás, porque el amor no puede darse hasta en tanto abracemos lo que somos, y lo que son los otros, con todo nuestro ser. Ese abrazo incondicional significa total aceptación, que sólo puede darse cuando hemos aprendido a entender y vivir con nuestros defectos y errores. El perdón es entonces, el acto de entender que los seres humanos somos seres en continua evolución y por ello vamos experimentando y equivocándonos a cada paso, es entender también, que nuestro desarrollo no es uniforme, es decir que cada uno evoluciona a ritmos y en aspectos distintos, y una tercera cuestión a considerar en el perdón es que todos necesitamos de la interacción con otros para nutrirnos y crecer. Partiendo de estas tres premisas es como los seres humanos interactuamos con los demás, llevando y aportando a la relación lo que conocemos, según nuestro grado de desarrollo y sin considerar el grado de evolución de los demás, asumiendo, sin embargo, que es igual o similar Quizá el mayor problema en las relaciones humanas no es que aportemos lo que conocemos y creemos, sino que asumimos como verdadero eso que conocemos y creemos y además, al asumirlo como verdadero, pretendemos que es universal, por tanto los demás tienen la obligación de conocer y creer lo mismo que nosotros. Desde luego que todo eso genera conflictos que, cuando no son resueltos adecuadamente, desgastan e incluso terminan con las relaciones. Para lograr el perdón, el nuestro y el de los otros, entonces, debemos estar conscientes esas premisas y entonces entender que cada uno de nosotros hace lo mejor que puede con lo que sabe, es decir, no es que hagamos las cosas con afán de molestar a los otros, actuamos desde lo que creemos y conocemos simplemente. Una vez que tomamos conciencia de lo anterior, estamos en posibilidad de admitir que podemos estar muy equivocados en nuestras creencias y podemos tener conocimientos muy limitados que a su vez limiten nuestras respuestas, pero que nuestros errores y limitaciones se pueden subsanar si nos abrimos a conocer y experimentar otras posibilidades, pues no nos equivocamos de mala fe. Desde luego que podemos cerrarnos y aferrarnos estúpidamente a lo que creemos y no darnos la oportunidad de conocer otras alternativas de respuesta, pero en esos casos es nuestro miedo y no la mala fe lo que nos impulsa a ello. Analizando, pues, estas circunstancias entenderemos que cuando nos disgustamos con alguien por lo que nos hizo o le guardamos rencor por ello, es que en realidad lo estamos culpando sin realmente ponernos a reflexionar sobre las circunstancias que lo llevan a actuar así. Y entonces lo que realmente hacemos es proyectar sobre él nuestras propias carencias y miedos. Que mejor anécdota para ejemplificar esta situación que la contada sobre el maestro Jesús al estar en la cruz, cuando oró para que su padre perdonara a quienes lo habían crucificado pues, no sabían lo que hacían. Si entiendo que las respuestas que recibo del otro o de mí mismo cuando me hago daño, provienen del miedo, el desconocimiento y la carencia, puedo entender que realmente no hay culpables, pues lo que me hago o me hacen otros, ni siquiera va dirigido realmente a mí, sino a los fantasmas que uno proyecta en el otro como defensa ante esos miedos y carencias. Al entender que no hay intencionalidad en las acciones, entiendo entonces que tampoco puede haber culpabilidad real. Cuando reacciono, en cambio, con ira, enojo y violencia hacia el otro, me lleno yo también de sentimientos negativos y replico las acciones de quien me ofendió, negándome y negándole al otro, la oportunidad de aprender nuevas respuestas que aminoren sus carencias y miedos, en detrimento del crecimiento de ambos. Ya te habrás dado cuenta, entonces, de que el perdón beneficia más a quien lo otorga que a quien lo recibe, porque te libera de toda la responsabilidad del problema, pues aunque tú no lo hayas generado, eres tú quien cargaba con las consecuencias al llenarte de sentimientos negativos, sin embargo, a través del perdón te liberas de la carga negativa, dejando la compasión y la paz. Cerramos con una frase de Mark Tawin: El perdón es la fragancia que la violeta derrama en el talón de quien las pisa.

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