“El
amor ahuyenta el miedo y, recíprocamente el miedo ahuyenta al amor. Y no sólo
al amor el miedo expulsa; también a la inteligencia, la bondad, todo
pensamiento de belleza y verdad, y sólo queda la desesperación muda; y al
final, el miedo llega a expulsar del hombre la humanidad misma”
Aldous Huxley
Una visita al
Museo de Memoria y Tolerancia, me puso a reflexionar sobre los motivos que nos
impulsan a actuar. Sobre lo que nos lleva a tomar una decisión, defender un
punto de vista, reaccionar de una manera determinada ante las circunstancias de
la vida.
A veces pensamos
que tenemos un sin número de razones para actuar. Al observar nuestro devenir
histórico pensamos que actuamos movidos por odio, intolerancia, marginación,
ignorancia, o movidos por la compasión, el respeto, la justicia. Pero si analizamos todas nuestras decisiones,
bajo la superficie solo encontraremos dos razones. De la que tú elijas
dependerá tu manera de comportarte ante los demás y ante ti mismo.
Pongamos como
ejemplo lo que observé en el Museo sobre los genocidios ocurridos durante el
siglo XX y lo que va de éste. Para este ejercicio me gustaría que, de entrada,
no juzgues a los perpetradores de esos genocidios. Antes bien, te propongo que trates de ponerte en los zapatos de un habitante común
y corriente de esos lugares, en el tiempo de las masacres. No importa si eliges la Alemania Nazi, Ruanda, Guatemala, Darfur, los Balcanes, etc.
Piensa entonces ¿Cuál habría sido tu comportamiento de estar allí en el momento
de los genocidios? Elige alguna de estas tres alternativas:
A) ¿Te hubieras unido a los genocidas en la matanza?
B) ¿Te quedarías al margen pensando
que no es tu problema?
C) ¿Serías de los que trataron por
todos los medios de ayudar a las víctimas a salvarse, aun a riesgo de perder su
propia vida?
De entrada, parecería muy fácil, para la mayoría, culpar a los genocidas
y condenarlos, lo haríamos sin contemplación alguna. Sin embargo, al ver lo
expuesto en el museo, uno se pone a pensar en ¿Cuál fue la participación de la
sociedad en general ante la situación? ¿Por qué no condenaron las acciones
violentas al unísono y detuvieron la matanza? De entrada siempre se juzga a los
líderes políticos como a Hitler. Pero ¿y la sociedad? Muy pocas veces se juzga
a esos seres anónimos que estuvieron allí y cuáles fueron sus acciones. Por
ello mi pregunta ¿Cuál de las tres sería tu postura?
La mayoría te apuesto a que diría que condena las masacres y defiende a las
víctimas. Pero te tengo una gran sorpresa al respecto: En genocidios como el de
la segunda guerra mundial, la mayoría de la población alemana adoptó alguna de
las dos primeras opciones de respuesta que te mencioné, es decir que, o
estuvieron a favor del genocidio e incluso participaron en él, o simplemente se
hicieron de la vista gorda porque, no era su problema, al no ser judíos y, sólo
un pequeño porcentaje, fueron los que se comprometieron con los grupos
afectados para salvarles.
De tal forma que si tú o yo, participáramos ahora en una situación de lesa
humanidad, solaparíamos la ideología de los perpetradores, o estaríamos
abiertamente a su favor. ¿Lamentable no? Pero desafortunadamente real.
¿Qué nos impulsa a actuar de esa forma tan inhumana? La respuesta es algo muy humano: El Miedo. Miedo a ser
señalado por opinar diferente, a perder los bienes materiales o los privilegios
sociales, miedo a perder a un ser querido, a ser rechazado por los otros o
miedo a perder la propia vida.
¿Qué impulsa a las personas que
se encuentran en el tercer grupo a comprometerse con las victimas aún a riesgo
de su propia vida? El Amor.
En realidad, si lo analizamos de
forma simplificada, veremos que El Miedo y el Amor son las únicas dos opciones
que nos impulsan a actuar. Durante la segunda guerra mundial el arma más
empleada por Hitler y su ministro de propaganda fue el infundir miedo en la
población general para que permaneciera al margen de sus matanzas e incluso los
apoyara.
Elegir la primera implica dar
paso a la desconfianza, a los juicios de valor, a las comparaciones y desde
luego a las descalificaciones hacia los que no son o no piensan como uno, y
cuando sentimos todo esto, nuestra reacción innata es atacar y matar, como
ocurrió con los judíos en la Alemania Nazi.
Elegir la segunda, en cambio nos
lleva a valorar a los otros, a confiar en ellos a sentir compasión por ellos, a
poderles entender y apoyar, incluso en detrimento de nuestro propio bienestar.
Para no repetir nuestra historia genocida,
debemos aprender a eliminar el miedo y practicar más el amor. ¿Cómo se elimina el miedo? Es una pregunta muy
compleja de responder, y a la vez muy sencilla: A través del Amor.
Pero el verdadero amor es algo
que no conocemos comúnmente, pues nuestras creencias, carencias y falta de
desarrollo como seres humanos nos lo impiden. De tal forma que no es fácil
elegirlo como acción hasta en tanto no hemos crecido lo suficiente en nuestro
interior como para ser capaces de experimentarlo. Amar significa conocimiento,
aceptación y respeto por lo que somos y es una condición que debe surgir del
interior antes de poderse manifestar en el exterior. Por ello, el amor incondicional, que por
cierto es la única forma de amar, no se
puede ofrecer a otros hasta que no se experimenta en uno mismo. Si uno no se
ama a sí mismo, no puede amar a otros.
Mi invitación hoy es a que practiques el amor a
ti mismo y que visites el Museo de Memoria y Tolerancia ubicado en Av. Juárez,
dentro del conjunto formado por la Secretaría de Relaciones Exteriores y los
tribunales familiares.
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