miércoles, 1 de abril de 2015

Inspiración Revista Digital


Regresamos a este espacio después de una larga ausencia. Nuestra ausencia se ha debido a que hemos estado arrancando un nuevo proyecto del que ahora queremos hacerte partícipe esperando nos acompañes en él, igual que nos has acompañado en este.

Es un proyecto colectivo de una revista digital de publicación mensual y gratuita con temas de desarrollo humano y espiritual con el cual deseamos contribuir a divulgar información que pueda serte de utilidad, es decir, el nuevo proyecto lleva la misma filosofía de servicio que ha tenido este espacio porque estamos convencidos de que el cambio social parte del cambio individual y del apoyo mutuo. De creer en crear puentes de convivencia que nos permitan acercarnos a los otros, compartir vivencias y apoyarnos en los momentos difíciles de la existencia.

Así que te esperamos en este nuevo espacio para compartir y te adjuntemos la liga para que nos visiten en la página de la revista en facebook.


Desde luego no nos despedimos de este espacio y seguiremos compartiendo contigo nuestros divagues mentales sobre la vida.

Gracias

viernes, 6 de junio de 2014

Amor Incondicional


“Aprendemos a amar no cuando encontramos a la persona perfecta, sino cuando llegamos a ver de manera perfecta a una persona imperfecta”.  Sam Keen



Podría parecer que amar es una emoción natural para los seres humanos. Todos, sin excepción, nos pensamos posibilitados para dar y recibir amor, pero ¿te has puesto a pensar si realmente es así?

En lo particular, creo que no es así, creo que durante generaciones y generaciones hemos sido  educados para temer y enfrentarnos al otro en lugar de para amarlo. Sobre todo en nuestro mundo occidental desde muy pequeños se nos educa para compararnos con los otros y disociarnos y competir con ellos, no para verlos como semejantes.

Te lo demuestro: Desde pequeños se nos dice que los extraños son malos y que no debemos acercarnos a ellos ni hablarles, en la escuela se nos enseña a competir con los demás por una calificación no a hacer equipo con los otros, más tarde, se nos dice que los amigos son malas influencias en nuestra vida, de adultos se nos dice que el mundo laboral es una carnicería que sólo gana el más apto.

Las religiones, que deberían predicar el amor, no importando a cual pertenezcas, dicen que hay pueblos elegidos por Dios y otros que no lo son. Que solo hay un Dios verdadero y que los que no creen en él son impuros, enemigos, pecadores, etc. Se nos dice también que nuestra cultura es la correcta y que las costumbres y formas de otros pueblos son bárbaras, salvajes, equivocadas. Se nos induce a creer que tu sexo define tu poder y supremacía, por ello las mujeres son “inferiores” y los hombres “superiores”. ¿Cómo podríamos amar a alguien que no es igual a nosotros?

Con todos esos condicionamientos  de diferenciación aprendemos a temer, despreciar y juzgar a los otros en lugar de amarlos. Aprendemos a desconfiar de lo que son y, desde luego, a separándonos  de ellos. Con ese sentido de separación  surgen las mayores aberraciones humanas: El racismo, la violencia de género, las matanzas de “limpieza y purificación” como las guerras santas, cruzadas y el holocausto, la idea de que es adecuado que unos posean riquezas sin fin y otros no puedan cubrir sus necesidades básica, etc.

¿Cómo podrías amar a alguien? ¿Cómo podrías siquiera confiar en alguien que no es como tú? Desde nuestra cultura de separación, no es posible. Por eso  muy pocos saben realmente amar y  por eso tenemos tantos conflictos entre todos. Porque para amar se requiere confiar en el otro, verlo como semejante, sentirnos parte de él y valorar su existencia. Desde nuestra perspectiva de diferenciación llamamos “Amor” a muchas cosas que no lo son: A las dependencias, la utilización y abuso, la conveniencia, la tolerancia, etc.

Quizá la única etapa en que nos permitimos amar incondicionalmente es la infancia, cuando estamos recién llegados a este mundo y  aún no hemos aprendido las diferencias que nos llevan a la separación y mientras no lo hagamos, seguirá siendo posible amar y que nos amen.

Para aprender a amar entonces, debemos abandonar todos nuestros condicionamientos sociales, regresar a nuestra condición infantil de sabiduría innata que nos impide ver dualidades y diferencias. Aprender a ver las similitudes en lugar de las diferencias, las coincidencias en lugar de los desacuerdos. Eso nos permitirá acercarnos a los otros y verlos como iguales, pues el amor requiere como primera condición el ver al otro a la misma altura y con el mismo valor que uno mismo, como si de una imagen reflejada en el espejo se tratara.

La segunda condición del amor es la aceptación y apertura genuinas, es saber que aunque tengamos diferencias podemos hablar de ellas y nadie impondrá su punto de vista, sino que dejaremos hacer  al otro según su conciencia y puntos de vista, sin juzgarlo y apoyando sus decisiones.

La tercera condición del amor es aprender a confiar en el otro. Quizá esta es una de las condiciones más complejas de lograr, pues implica no sólo saber que sus puntos de vista son tan válidos como los nuestros, sino que a pesar de nuestras diferencias somos capaces de ayudarnos y protegernos mutuamente. Pues confiar es un acto de fe, de abandonarnos en manos del otro teniendo la certeza de que no nos hará ningún daño.
La última condición, pero no menos importante, es la genuina compasión, ese estado de sabiduría que nos permite acercar el corazón de uno al corazón del otro sin juzgar, limitar o mentir y que nos permite entonces dejar de ver la separación entre uno y otro. Es fundirse en uno solo con la persona amada. Ese momento es justo cuando podemos llegar a sentir la conexión sagrada que existe entre ambos como miembros de una sola raza, de una sola conciencia, de un solo corazón y un solo universo.

miércoles, 9 de abril de 2014

Gratitud


"No hay errores, no hay coincidencias. Todos los eventos son bendiciones que se nos dan para aprender de ellas".   Elisabeth Kübler-Ross


A los seres humanos, por lo general, nos da por sólo ver un lado de toda la historia. No somos capaces de observar la vida en su conjunto, sino en pequeños detalles: Cuando la fortuna nos sonríe, regularmente olvidamos las épocas desafortunadas y viceversa, cuando nos encontramos pasándola mal, olvidamos los momentos felices. ¿No te ha pasado? Te confieso que a mi me pasa continuamente, suelo sólo ver una parte del panorama, solo algunos detalles, no la pintura completa que es la vida.

La desventaja de este tipo de visión es que a veces perdemos de vista lo realmente importante por observar solamente los detalles. ¿A qué me refiero con los detalles? Bueno, para explicártelo mejor hagamos un ejercicio: Hagamos un viaje en el tiempo hacia el futuro, justo al momento de tu partida de este mundo, en el umbral de la muerte ¿De qué te lamentarías en esa situación?

Según un texto atribuido a Nadine Stair,  la mayoría de las personas se lamentan, al final de su vida, de no haber disfrutado lo suficiente, por ejemplo: les gustaría haberse relajado más, reírse más, hacer lo que les gustaba más frecuentemente, tomarse menos en serio las cosas, haberse preocupado menos,  disfrutar cada momento sin preocuparse por el futuro, atreverse y arriesgarse más, ser menos cautos y más espontáneos. Sin embargo mientras nos encontramos viviendo no pensamos en esas cosas que nos podrían hacer realmente felices, por el contrario nos preocupamos de trabajar, de pagar deudas, de comprar cosas, en lugar de vivir.

¿Qué pasaría si, en lugar de enfocarnos en esas cosas que al final de nuestra existencia no tienen realmente importancia, pudiéramos concentrarnos en ver realmente el cuadro completo y decidiéramos en función de esa imagen completa nuestras acciones? Te apuesto a que entonces empezaríamos a considerar las cosas de una manera muy distinta. Empezaríamos a realmente disfrutar de cada momento, porque cada momento que vivimos es un milagro que no deberíamos desaprovechar.

Quizá al escuchar que cada momento es un milagro te quedes pensando que se necesita ser muy idiota para considerar un milagro  trabajar largas jornadas, que tu jefe te insulte o te haga sentir mal o que te hayas pasado una hora en el trasporte colectivo recibiendo empujones, o cualquier otra cosa que consideres negativa que te esté ocurriendo en este momento. Pero es justo cuando nos enfocamos en esas cosas “negativas y pequeñas” cuando dejamos de ver todo el cuadro de nuestra existencia. ¿Qué son esos detalles comparados con la posibilidad de respirar, de tener salud, de saberse amado por otros, de contar con amigos que nos apoyan, de vivir pues y tener la oportunidad de compartir?

Si aprendemos a apreciar y dar importancia a lo positivo en nuestras vidas, nos daremos cuenta de que nuestra existencia está completa y de que no necesitamos de mucho para disfrutarla plenamente.

Para cambiar nuestra perspectiva y poder ver la pintura completa solo basta abrir nuestros sentidos y dejar fluir por ellos todas las maravillas que se nos ofrecen día con día. Estos últimos días por ejemplo hemos disfrutado de hermosos cielos despejados, de un sol radiante, de tardes de viento que limpian el aire. Como ese detalle que nos regala el universo existen muchos más todos los días: La sonrisa de un ser querido, el abrazo de algún amigo, la sensación de estar sano y podernos mover con facilidad, la satisfacción de un trabajo bien realizado, etc.

Te invito entonces a abrirte a la vida y a valorar todas sus maravillas, eso automáticamente te llevará a un estado de perfección, amor y paz interiores que denominamos regularmente Gratitud. Es una emoción que se aloja en el centro de tu ser y que te hace sentir que la vida es perfecta como es y que tiene sentido en sí misma no importa lo que ocurra en ella. ¿Lo has sentido? Si no lo has sentido últimamente te invito a encontrarlo y sentir que al ver todo de esta perspectiva vemos lo sagrado y milagroso en todo lo existente.

viernes, 21 de febrero de 2014

Enfrentar los miedos



Al inicio de un nuevo año, la mayoría de nosotros tenemos en mente deseos, sueños y proyectos con los cuales deseamos colorear el lienzo en blanco del ciclo que tenemos delante, sin embargo mientras vamos internándonos en él, vamos desprendiéndonos de muchos de ellos sin haberlos realizado, quedándonos al final con muy poco hecho y mucho por realizar.

Quizá podamos nombrar muchas causas para no realizar nuestros sueños. Podemos decir que no contamos los recursos necesarios, o que no tenemos los conocimientos suficientes o la experiencia suficiente, en fin, pretextos podemos invitar muchos, pero tras todos ellos habita solamente una razón: MIEDO. Así, nombrado con mayúsculas, pues es el causante de todas  nuestras limitaciones y de lo que consideramos fracaso.

Todos cargamos con miedos, lo aceptemos o no. Así que dime ¿Cuáles son tus miedos?

Pueden ser mayores o menores, su tamaño realmente no importa al momento de enfrentarlos, pero algo si te garantizo sobre ellos: todos son limitantes en mayor o menor medida.

Te contaré algunos de los míos, tal vez sean semejantes a los tuyos o tal vez te hagan reír por lo irracionales. Pues sí, otra característica de los miedos es que, en su mayoría, son irracionales.

Uno de mis miedos o fobias más grandes es a los insectos rastreros, ya sabes las arañas, cucarachas, alacranes, etc. Verlos me hace gritar automáticamente y si alguien me pide que los mate, sencillamente no puedo hacerlo. No recuerdo cómo adquirí ese miedo sólo sé que es muy real y no he podido sobreponerme a ello. Aprovecho de paso para decirte que otra de las características del miedo es que es aprendido, no es algo con lo cual hayamos nacido ya.

Realmente mi miedo a los insectos lo puedo considerar menor porque no me impide realizar mis actividades cotidianas, ni me impide disfrutar de mi vida la mayor parte del tiempo, pero si viviera en el campo o en un lugar más cálido donde los bichos se reproducen con mayor facilidad ese miedo realmente me causaría problemas.

Eso me lleva a hablar de otra de las características del miedo, su posibilidad real de arruinarnos la vida. Y eso me hace recordar otro de mis miedos: el miedo a sufrir. Hace ya algunos años alguien, de cuyo nombre no quiero acordarme, me rompió el corazón por vez primera. Fue tan terrible la sensación experimentada y el desánimo que me causó que desee no volver a experimentarla jamás. Eso me llevó a no permitirme entablar una nueva relación de pareja hasta mucho tiempo después. Al menos hasta cuando entendí que si continuaba protegiéndome del miedo a sufrir, sufriría por estar solo. Ese otro miedo, el miedo a la soledad, curiosamente, me hizo liberarme del anterior. Lo que implica que lo único bueno que tienen los miedos es que podemos sobreponernos a ellos.

Lo cierto en todo esto  es que hay muchas clases de miedos, quizá tantos como personas hay en el planeta. También es cierto que a veces ni siquiera nos damos cuenta de que sentimos miedo, pensamos que no es miedo sólo precaución. Y desde luego, tampoco nos damos cuenta de lo que perdemos al dejar de experimentar eso a lo que tememos.

También es cierto que si uno desea vivir una vida sana, productiva y plena lo único que puede hacer con sus miedos es enfrentarlos, atreverse a experimentar aquello de lo que se ha privado y regresar de la experiencia con la satisfacción de haber conseguido sobreponerse a la ilusión del miedo.

Claro que, en ocasiones, enfrentar los miedos  no es tan sencillo como simplemente decidir enfrentarlos, quizá primero debamos aceptar que los tenemos, luego encontrar las causas por las que los tenemos y entenderlas. Por último, debemos decidir si preferimos seguir limitando nuestras vidas por algo que no es real o preferimos enfrentarnos a ello y superarlo.  

Para reflexionar en lo que perdemos con el miedo te regalo los 7 miedos de Inma Capó, directora y coordinadora de The international institute of NLP, quizá ello te impulse a perder el miedo:

“A partir de ahora y para que no se aburra más con sus viejos miedos, que ya huelen a rancio los pobres, le sugiero practique varias veces al día estos miedos nuevos:
1) El primer miedo y más importante que hay que tener: miedo a no hacer todo aquello de lo que somos capaces.
2) Miedo a la horrible sensación que debe producir el arrepentimiento por lo que no se ha  hecho y por lo que no se ha sido, cuando tenemos todo el potencial divino dentro de nosotros mismos.
3) Miedo a no usar nuestros infinitos recursos, sino nuestras infinitas excusas.
4) Miedo a vivir como víctimas de condicionantes externos, con los que no hemos nacido.
5) Miedo a abandonar nuestros sueños porque algún envidioso nos dijo que soñar era de locos.
6) Miedo a escuchar opiniones ajenas en lugar de escuchar nuestras propias respuestas internas.
7) Miedo a dejar de ser nosotros mismos para ser lo que los demás quieren que seamos, porque si vivimos así, en verdad hemos perdido el norte de nuestra vida".
“No mueras con la terrible sensación de que tus miedos fueron más fuertes que tus sueños”


domingo, 8 de diciembre de 2013

Aceptando la Muerte



“La elaboración del duelo significa ponerse en contacto con el vacío que ha dejado la pérdida de lo que no está, valorar su importancia y soportar el sufrimiento y la frustración que comporta su ausencia.”         Jorge Bucay


Hay temas en los que sólo pensamos cuando la propia existencia nos fuerza circunstancialmente a enfrentarlos. La muerte es de ese tipo de temas que nos cuesta trabajo abordar y a los cuales somos muy sensibles. No importa si es la nuestra, la de los otros o la de nuestros seres queridos, de cualquier forma, procuramos no verla hasta que la tenemos enfrente, cubriendo todo nuestro campo visual e impidiéndonos mirar hacia otro lado.

Sin embargo, veladamente, siempre está presente en nuestra vida, desde que nacemos y hasta que nos llega, tal como nos refleja el poema Contratiempo de Mario Benedetti, el cual les transcribo aquí porque habla del tema, pero sobre todo porque puede abrirnos a reflexionar.

Cuando éramos niños
los viejos tenían como treinta
un charco era un océano
la muerte lisa y llana
no existía
 

luego cuando muchachos
los viejos eran gente de cuarenta
un estanque era océano
la muerte solamente
una palabra

 
ya cuando nos casamos
los ancianos estaban en cincuenta
un lago era un océano
la muerte era la muerte
de los otros
 

ahora veteranos
ya le dimos alcance a la verdad
el océano es por fin el océano
pero la muerte empieza a ser
la nuestra.

 

En los últimos meses he tenido que pasar por vivencias que me hicieron reflexionar sobre la impermanencia de la vida y la certeza de la muerte. Pensé, sobre todo, en la escaza atención que damos a prepararnos para esos acontecimientos ineludibles de nuestra existencia y por ello, creo que es de suma importancia tratar el tema en este entrada.

Comúnmente, si alguien dice que esta pronto a morir y trata de darnos instrucciones para ese momento, lo callamos y le pedimos que no hable así, que no piense en ello, que mantenga una actitud positiva ante la vida y espere curarse en lugar de morir. Sin embargo, por mucho que pretendamos negarlo, tarde o temprano, abandonaremos esta vida. Mi pregunta para ti es ¿Qué tan preparado estas para ese momento? y ¿Qué podemos hacer para construirnos un final adecuado?

Empecemos por analiza por qué nos cuesta tanto aceptar la realidad de la muerte. Quizá porque tenemos muchas cosas por vivir aún, cosas que vamos postergando a lo  largo de nuestra vida, hasta que de pronto, nos damos cuenta de que no tendremos tiempo para realizarlas si morimos y entonces preferimos no pensar en la muerte, hacer como si no existiera y nunca nos fuera a pasar a nosotros o a quienes queremos.  Y un buen día, el tiempo nos alcanza y tenemos que enfrentar su existencia, bien sea a través de la experiencia en nuestros seres queridos o en nosotros mismos.

¿Qué ocurre cuando llega ese momento ineludible? En la mayoría de los casos, la experiencia suele ser muy dolorosa porque, a fuerza de negarnos su existencia, hemos llegado a convencernos de nuestra inmortalidad y no estamos preparados para afrontarla. Es entonces cuando el proceso se torna más complejo de lo que podría ser y nos pasamos incluso años intentando reponernos de las pérdidas o agonizamos llenos de dolor y resentimientos.

Quizá lo primero que lamentamos cuando alguien querido muere es no haber pasado el suficiente tiempo con él, o no haberle demostrado lo importante que era en nuestras vidas. Otro de nuestros lamentos, si somos nosotros los agonizantes, es no haber vivido lo suficiente, no haber experimentado todo lo que nos gustaría haber hecho.

Esos lamentos generalmente nos llevan a tratar de culpar a otros, buscar responsables de nuestra pérdida nos lleva a cualquier persona que podamos asociar con los hechos tales como el médico que nos diagnostica o  quien nos causa un accidente; o incluso buscamos  culpables superiores como el destino, las circunstancias o Dios mismo. 

A la larga,  nos damos cuenta de que en el juego de la vida lamentarse por lo que no se hizo no tiene ningún sentido y que tampoco existen víctimas,  ni victimarios. Que todo ocurre conforme nosotros permitimos que ocurra. Es entonces cuando asumimos toda la responsabilidad por lo vivido, igual que por lo no vivido.

Darnos cuenta de que perdimos experiencias preciosas y tiempos irrepetibles nos sume entonces en la depresión, la siguiente etapa del duelo. Pues, para entonces, ya entendimos que somos mortales y que no podemos dar marcha atrás a lo vivido. Pero cuidado, si ahondamos demasiado en la depresión corremos el riesgo de perder todo sentido de vida y entonces añorar la muerte o incluso buscarla.

Por otro lado, si logramos sobreponernos a los lamentos, las culpas y la depresión. Los cuales, por cierto, no se presentan en ese orden siempre, e incluso pueden formar círculos viciosos en donde alternan o se intercambian paso a paso.   Posteriormente, podremos llegar a la aceptación de la muerte como el hecho natural que es. Aceptar que somos mortales, que desconocemos el tiempo del que disponemos realmente y que todos pasaremos tarde o temprano por el proceso de perder a otros o experimentar nuestra partida nos dará paz y hará llevaderos, incluso felices, los últimos momentos de la vida de nuestros seres queridos o de nosotros mismos.

Desde luego, llegar a la aceptación nos habrá costado mucho dolor, tristeza, frustración si pasamos por todas las etapas del duelo tal como las describimos, pero la maravilla del proceso es que no necesitamos pasar por todas ellas, ni quedarnos mucho tiempo en cada una. Podemos simplemente estar conscientes de que nuestra naturaleza es mortal, que no sabemos cuándo ocurrirá el final y por ello debemos sólo contar con el momento presente, procurando vivirlo con toda la intensidad de que seamos capaces.

Podemos lograr aceptar la muerte de forma más natural y fructífera si logramos mantener a lo largo de nuestra vida una actitud consciente sobre lo maravilloso y único que es cada día y logramos disfrutar de cada momento. Así lograremos que el tránsito hacia la muerte se realice de forma pacífica, incluso alegre y plena. Pues si nos dimos la posibilidad de vivir, nada añoraremos al partir.

miércoles, 13 de noviembre de 2013

Misión de Vida


“Si yo no lo hago por mi ¿Quién lo hará? y si sólo lo hago por mí ¿Quién soy? Y si no ahora ¿Cuándo?”      Rabí Hilel



¿Alguna vez te has preguntado cuál es el sentido o misión de tu vida? ¿Para qué estás aquí y ahora? ¿Qué es lo que has venido a hacer a este mundo?

La mayoría nos hemos hecho esas preguntas por lo menos una vez durante nuestra vida. Quizá algunos, hayan corrido con suerte y encontrado respuestas claras a estas interrogantes. Sin embargo, me atrevo a creer que la mayoría no ha tenido tanta suerte. Me atrevo a creer que la mayoría va tirando paso a paso, sin mucho convencimiento de si lo hecho es lo correcto, enmendando errores, buscando soluciones inmediatas a los problemas diarios y cargando con la neurosis noógena  que menciona Victor Frankl, el creador de la logoterapia, es decir aquella que surge por la falta de sentido. Creo también que es de vital importancia hacerse esas preguntas alguna vez en la vida y encontrar una respuesta a ellas.

El ritmo de la existencia moderna, sobre todo en las grandes ciudades, donde la gran mayoría debe trabajar arduas jornadas, enfrentarse a largos trayectos para ir y venir de la casa al trabajo y el bombardeo constante de información y estímulos externos, nos impiden hacer un alto y reflexionar sobre el sentido profundo de nuestra existencia. Nos concretamos a trabajar arduamente para pagar las cuentas que se acumulan; conseguir dinero para atender nuestras necesidades básicas como la alimentación y el vestido, sin preocuparnos de las necesidades de los demás; y el tiempo restante, si es que lo hay, lo dedicamos a embotar nuestros sentidos con la televisión, los videojuegos, el Smartphone, las redes sociales o cualquier actividad que adormezca nuestro cerebro para evitar la sensación de vacío que habita nuestro ser cuando todas las actividades externas se acallan.

Si en algún momento de tu existencia has experimentado esa sensación de vacío existencial es porque tus preguntas vitales aún no han sido respondidas. Y quizá, entonces, sea momento de hacer un alto en el camino y replantearte el sentido ulterior de tu existencia, pues sólo encontrar ese sentido puede llenar el vacío y  hacer tu vida más rica y plena.

A esa finalidad ulterior de nuestra existencia se le denomina Misión de vida. Y no es un trabajo que debes hacer para pagar las cuentas, ni tampoco es una profesión que hayas elegido estudiar, es un servicio que prestamos a la humanidad, derivado de nuestros talentos y nuestras pasiones. Es la expresión completa y perfecta de lo que uno es, es decir, es la expresión de nuestro ser genuino y único dentro de la humanidad en su conjunto.

En entradas pasadas hablábamos de la unidad, de ese cuerpo viviente que conformamos todos los seres y que denominamos humanidad. Como parte de ese gran cuerpo humano tenemos una función específica que cumplir que es vital para todos y que sólo nosotros de manera individual podemos llevar a cabo. Esa es la misión de vida. Y si no la cumplimos a cabalidad entonces afectamos a toda la humanidad.

Lamentablemente en nuestro tiempo se ha tornado muy complejo cumplir con nuestra misión de vida porque estamos inmersos en un sistema de paradigmas que contribuyen a desviar nuestro hacer cotidiano hacia actividades sin sentido que no nos llenan y entonces vamos perdiendo la capacidad de reconocer y llevar a cabo nuestra misión.

Si deseamos encontrar y vivir nuestra misión, requerimos llevar a cabo ciertas acciones. Lo primero que podemos hacer, es dejar de pensar que nuestro objetivo de vida es conseguir dinero, nuestra vida no debe estar regida en términos de urgencias y necesidades materiales porque, ese vivir desde la carencia de cosas, es lo que nos engancha en trabajos remunerados pero no deseados e insatisfactorios. Sí necesitamos cosas materiales para vivir, pero sería bueno preguntarnos si realmente alguna vez nos ha faltado algo material que de verdad necesitemos. A la mayoría nunca nos ha faltado lo esencial y sin embargo el miedo a no tenerlo rige nuestras acciones.

La segunda acción a realizar, después de quitarnos el miedo a no tener lo esencial, es indagar sobre nuestros talentos y pasiones para saber lo que realmente llenaría nuestras vidas. Todos tenemos algún talento, al menos, o una actividad que al realizarla nos hace felices y perdemos la noción del tiempo y podemos pasar horas y horas haciendo. Atrévete a redescubrir tus talentos y pasiones.
La tercera acción es buscar la forma como esos talentos y pasiones pueden beneficiar a otros además de a ti, porque una misión de vida, debe ser algo que podamos dar a los demás con absoluta convicción y desprendimiento. Sabiendo que si tú no lo haces nadie más podría hacerlo y reconociendo que al ser la expresión total de tu ser, es bueno para ti y para los demás también.
 
Mi invitación hoy es para que acalles el ruido exterior y comiences a buscar tu ser donde realmente se encuentra: En ti.

miércoles, 25 de septiembre de 2013

Los Apegos



“Nuestros problemas se deben a un apego apasionado a las cosas y a deseo que nunca se satisfacen por completo, entonces generan aún más angustia. Percibimos a las cosas como entidades permanentes. En el empeño de conseguir estos objetos de nuestro deseo, empleamos la agresión y la competencia como herramientas supuestamente eficaces, y nos destruimos cada vez más en el proceso..”      Dalai Lama




Nuestro sufrimiento proviene de un mal manejo de lo que denominamos apegos. Quizá te preguntes ¿Qué son los apegos? Se pueden definir como esa vinculación afectiva intensa a las cosas, las creencias, las personas etc. Es decir, una obsesión por algo o por alguien que te impide disfrutar  de las cosas por miedo a perderlas. Regularmente esos apegos condicionan nuestro actuar y nos impiden vivir con verdadera libertad y conciencia.

A veces, distinguir esos apegos es difícil, pues provienen de creencias que llevamos muy arraigadas y que pueden ser incluso socialmente aceptadas. Sin embargo se vuelven conflictivas cuando, sin percatarnos, empiezan a gobernar nuestra vida impidiéndonos disfrutarla.

En nuestra sociedad occidental, según Wayne Dyer, existen siete categorías principales de apegos, a saber: A las cosas, las personas, al pasado, al cuerpo, las ideas, al dinero, y al triunfo. Y en mayor o menor medida, todos padecemos una o varias categorías de apegos, aún cuando no lo sepamos.

Todos entramos en contacto con todas estas cosas, personas o creencias y forman parte integral de nuestras vidas cotidianas, es más, podríamos afirmar que estar en contacto con ellas, es de lo que se trata la vida en realidad. Sin embargo, no es lo mismo estar en contacto con ellas y necesitarlas para vivir que estar apegado a ellas. ¿Cuál es la diferencia te preguntarás? La diferencia principal es una: La dependencia, o su contraparte, la independencia de ellas.

Te lo explico: No es lo mismo utilizar las cosas para darnos satisfacción, que pensar que las cosas nos dan valor como personas. Tampoco es lo mismo amar a una persona, que pensar que, tu vida depende de que ella te corresponda en el sentimiento y este a tu lado siempre. No es lo mismo valorar las tradiciones y recuerdos, que vivir sólo pensando en ellos y pretendiendo que las cosas nunca cambien. Tampoco es lo mismo cuidar de nuestro cuerpo para que se encuentre saludable, que obsesionarme con estar a la moda, en un peso X, o entristecerme porque la belleza corporal y la juventud se acaban con el tiempo. No es lo mismo creer una determinada cosa que pretender que todos los que no creen lo mismo están equivocados y tratar de erradicar su equivocación a todo precio. Tampoco es lo mismo saber que en una sociedad capitalista requiero del dinero para hacer transacciones que pretender que éste puede comprar todo o que aquél que no lo posee no vale nada. Por último, no es lo mismo pretender ganar a toda costa, incluso dañando a otros, que amar lo que se hace y hacerlo con júbilo y tesón obteniendo satisfacción del éxito, sin competir por él.

Como puedes ver, la diferencia entre la dependencia y la independencia de las cosas es muy sutil, y a veces, difícil de identificar en nosotros mismos. Es más fácil, como dice el dicho popular, ver la paja en el ojo ajeno que adivinarla en el nuestro. Nos percatamos fácilmente de las obsesiones de los demás y decimos aquel es un materialista, este otro es un acosador, aquel otro es un bulímico, el de más allá un fanático religioso, etc.  Pero difícilmente nos percatamos de nuestros propios apegos y a la larga el no distinguirlos y trabajarlos nos hará sufrir.

Una forma muy sencilla de descubrir tus apegos es pregúntate ¿qué pasaría si en este momento todas esas cosas, personas o creencias que conforman tu vida desaparecieran de tajo? ¿qué sentirías?¿podrías seguir existiendo sin ellas? Sí el sólo pensarlo te hizo sufrir y tu respuesta es que tu vida terminaría si pierdes eso, o que no sabrías como seguir viviendo sin eso, significa que sientes apego  y que tarde o temprano sufrirás por ello.

Con la finalidad de ir trabajando los apegos y entenderlos, reflexionemos en la vida misma, todos sabemos que nada de lo que creamos para esta vida nos acompaña al salir de ella. No nos llevamos nada al morir ¿para qué sirve entonces obsesionarnos con ello si al final tendremos que abandonarlo todo?

Lo importante es saber que todo en esta vida es impermanente y que nuestro valor no depende de las cosas, personas o creencias que poseamos, nuestro valor depende solamente de lo que somos. Mientras más nos aferramos a algo, más sufrimos cuando desaparece. Mientras más independiente somos de todo, más podemos disfrutarlo.

Concluyo con una parábola: No puedes apresar el agua del río entre tus manos, pero puedes disfrutar de su frescor en ellas mientras corre. De igual forma, debes dejar que todo lo que entra en tu vida cumpla su propósito y te proporcione disfrute, hasta en tanto su fluir lo determine, dejándolo entonces partir libremente.