“La elaboración del duelo
significa ponerse en contacto con el vacío que ha dejado la pérdida de lo que
no está, valorar su importancia y soportar el sufrimiento y la frustración que
comporta su ausencia.” Jorge
Bucay
Hay temas en los que sólo
pensamos cuando la propia existencia nos fuerza circunstancialmente a
enfrentarlos. La muerte es de ese tipo de temas que nos cuesta trabajo abordar
y a los cuales somos muy sensibles. No importa si es la nuestra, la de los
otros o la de nuestros seres queridos, de cualquier forma, procuramos no verla
hasta que la tenemos enfrente, cubriendo todo nuestro campo visual e
impidiéndonos mirar hacia otro lado.
Sin embargo, veladamente, siempre
está presente en nuestra vida, desde que nacemos y hasta que nos llega, tal
como nos refleja el poema Contratiempo
de Mario Benedetti, el cual les transcribo aquí porque habla del tema, pero
sobre todo porque puede abrirnos a reflexionar.
Cuando
éramos niños
los
viejos tenían como treinta
un
charco era un océano
la
muerte lisa y llana
no
existía
luego
cuando muchachos
los
viejos eran gente de cuarenta
un
estanque era océano
la
muerte solamente
una
palabra
ya
cuando nos casamos
los
ancianos estaban en cincuenta
un
lago era un océano
la
muerte era la muerte
de
los otros
ahora
veteranos
ya
le dimos alcance a la verdad
el
océano es por fin el océano
pero
la muerte empieza a ser
la
nuestra.
En los últimos meses he tenido
que pasar por vivencias que me hicieron reflexionar sobre la impermanencia de
la vida y la certeza de la muerte. Pensé, sobre todo, en la escaza atención que
damos a prepararnos para esos acontecimientos ineludibles de nuestra existencia
y por ello, creo que es de suma importancia tratar el tema en este entrada.
Comúnmente, si alguien dice que
esta pronto a morir y trata de darnos instrucciones para ese momento, lo
callamos y le pedimos que no hable así, que no piense en ello, que mantenga una
actitud positiva ante la vida y espere curarse en lugar de morir. Sin embargo,
por mucho que pretendamos negarlo, tarde o temprano, abandonaremos esta vida.
Mi pregunta para ti es ¿Qué tan preparado estas para ese momento? y ¿Qué
podemos hacer para construirnos un final adecuado?
Empecemos por analiza por qué nos
cuesta tanto aceptar la realidad de la muerte. Quizá porque tenemos muchas
cosas por vivir aún, cosas que vamos postergando a lo largo de nuestra vida, hasta que de pronto,
nos damos cuenta de que no tendremos tiempo para realizarlas si morimos y
entonces preferimos no pensar en la muerte, hacer como si no existiera y nunca
nos fuera a pasar a nosotros o a quienes queremos. Y un buen día, el tiempo nos alcanza y tenemos
que enfrentar su existencia, bien sea a través de la experiencia en nuestros
seres queridos o en nosotros mismos.
¿Qué ocurre cuando llega ese
momento ineludible? En la mayoría de los casos, la experiencia suele ser muy
dolorosa porque, a fuerza de negarnos su existencia, hemos llegado a
convencernos de nuestra inmortalidad y no estamos preparados para afrontarla.
Es entonces cuando el proceso se torna más complejo de lo que podría ser y nos
pasamos incluso años intentando reponernos de las pérdidas o agonizamos llenos
de dolor y resentimientos.
Quizá lo primero que lamentamos
cuando alguien querido muere es no haber pasado el suficiente tiempo con él, o
no haberle demostrado lo importante que era en nuestras vidas. Otro de nuestros
lamentos, si somos nosotros los agonizantes, es no haber vivido lo suficiente,
no haber experimentado todo lo que nos gustaría haber hecho.
Esos lamentos generalmente nos
llevan a tratar de culpar a otros, buscar responsables de nuestra pérdida nos
lleva a cualquier persona que podamos asociar con los hechos tales como el
médico que nos diagnostica o quien nos
causa un accidente; o incluso buscamos
culpables superiores como el destino, las circunstancias o Dios mismo.
A la larga, nos damos cuenta de que en el juego de la
vida lamentarse por lo que no se hizo no tiene ningún sentido y que tampoco existen
víctimas, ni victimarios. Que todo
ocurre conforme nosotros permitimos que ocurra. Es entonces cuando asumimos
toda la responsabilidad por lo vivido, igual que por lo no vivido.
Darnos cuenta de que perdimos
experiencias preciosas y tiempos irrepetibles nos sume entonces en la depresión,
la siguiente etapa del duelo. Pues, para entonces, ya entendimos que somos
mortales y que no podemos dar marcha atrás a lo vivido. Pero cuidado, si
ahondamos demasiado en la depresión corremos el riesgo de perder todo sentido
de vida y entonces añorar la muerte o incluso buscarla.
Por otro lado, si logramos
sobreponernos a los lamentos, las culpas y la depresión. Los cuales, por
cierto, no se presentan en ese orden siempre, e incluso pueden formar círculos
viciosos en donde alternan o se intercambian paso a paso. Posteriormente, podremos llegar a la
aceptación de la muerte como el hecho natural que es. Aceptar que somos
mortales, que desconocemos el tiempo del que disponemos realmente y que todos
pasaremos tarde o temprano por el proceso de perder a otros o experimentar
nuestra partida nos dará paz y hará llevaderos, incluso felices, los últimos
momentos de la vida de nuestros seres queridos o de nosotros mismos.
Desde luego, llegar a la
aceptación nos habrá costado mucho dolor, tristeza, frustración si pasamos por
todas las etapas del duelo tal como las describimos, pero la maravilla del
proceso es que no necesitamos pasar por todas ellas, ni quedarnos mucho tiempo
en cada una. Podemos simplemente estar conscientes de que nuestra naturaleza es
mortal, que no sabemos cuándo ocurrirá el final y por ello debemos sólo contar
con el momento presente, procurando vivirlo con toda la intensidad de que
seamos capaces.
Podemos lograr aceptar la muerte
de forma más natural y fructífera si logramos mantener a lo largo de nuestra
vida una actitud consciente sobre lo maravilloso y único que es cada día y
logramos disfrutar de cada momento. Así lograremos que el tránsito hacia la
muerte se realice de forma pacífica, incluso alegre y plena. Pues si nos dimos
la posibilidad de vivir, nada añoraremos al partir.