“Casi todas las cosas buenas que suceden en el mundo, nacen de una actitud de aprecio por lo demás” Dalai Lama
Estamos a punto de que finalice un año particularmente
importante para la humanidad. Las condiciones de vida que hemos creado a nivel
mundial, parecieran coincidir con el simbolismo que, culturas milenarias, le
han dado a este año y particularmente a lo que de él resta por vivir.
Hemos creado tanta desigualdad,
tanta degradación, tanto deterioro en el planeta que habitamos, que nos
encontramos ante el punto coyuntural del cual dependerá nuestro futuro. Si es
que, claro, nos decidimos por afrontar
nuestra responsabilidad y hacer lo que toca, en lugar de de actuar
incontroladamente, como hasta ahora.
Pues en tanto sigamos alimentando
el odio, la intolerancia, el despilfarro y
la desigualdad. Nos encaminaremos
a mayor destrucción y malestar. Lo cual, y bajo las condiciones que
hemos creado, significaría encaminarnos a pasos agigantados al exterminio de la
vida en el planeta.
Pero si por casualidad o por
entendimiento, aprendemos a ver el reflejo de nuestras acciones y entendemos la
forma de cómo convivir armónicamente con todos y todo, entonces, aun tendremos esperanza.
Los problemas que tenemos como
humanidad parten de sentir que estamos llenos de “diferencias” que nos impiden
ver nuestras semejanzas, de ignorar y soslayar nuestro destino común. Un
destino, que es visible a cada paso que damos.
Regularmente pensamos que hay
buenos y malos, mejores o peores, correctos e incorrectos dentro de nuestro
propio grupo humano. Pero alguna vez te has detenido a pensar si ¿son reales
esas diferencias? ¿Si tienen razón de ser o son puros inventos que nos hemos
creado?
¿A caso un musulmán no sangra si
lo hieres, igual que lo hace un cristiano o un judío? ¿A caso uno de raza
blanca no respira igual que lo hace uno de raza negra, amarilla o piel roja? ¿A
caso un rico no necesita beber agua igual que la necesita un pobre?
La verdad es que tales
diferencias creadas por el hombre no son reales. Pues ¿A caso no es verdad que
el aire que todos respiramos es el mismo y que si uno sólo de nosotros lo
contamina, contamina el aire de todos? Porque el aire no respeta nuestras
fronteras y muros impuestos, tampoco respeta las clases sociales o las
diferencias de género, raza, religión. Así que si uno sólo lo contamina, nos
afectamos todos, sin distinción.
Este tiempo nos brinda, como
nunca antes, la posibilidad de darnos cuenta de nuestro destino común, y
entenderlo a cabalidad. Pues la globalidad que ahora disfrutamos, nos permite
ver la conexión existente entre todos. E implica, ver que, por más que nos
esforcemos en marcar las diferencias y distinciones, lo que nos constituye en realidad
es lo mismo. No importando nuestro color, nacionalidad, condición social, todos
estamos constituidos de la misma materia y todos habitamos el mismo planeta y si
no cuidamos de nuestra casa, la perderemos todos, no sólo los que contaminan o
dañan.
Hoy podemos darnos cuenta, más que
antes, de nuestra interdependencia y de la necesidad de acciones conjuntas para
el bienestar de todos. Ahora que la
globalidad nos ha acercado como nunca, es para todos más visible esa
interdependencia. Pues, por ejemplo, si hay crisis económica en un país, todas
las economías del mundo se afectan, independientemente de nuestras fronteras,
idiomas, religiones o colores, o si hay un derrame de petróleo en algún lugar,
afecta la flora y fauna de todo el planeta, no sólo la del país que lo derramó.
¿Qué esperamos entonces para
darnos cuenta de nuestra responsabilidad para con uno mismo y con los demás?
¿Qué esperamos para entender que todos nos necesitamos y todos nos afectamos?
Antes podíamos vernos separados y
no pensar en las consecuencias de nuestras acciones a nivel planetario, hoy ya
no es posible. Pues de inmediato nos
enteramos de los efectos de nuestras acciones a nivel global y sabemos que si
dañamos tan sólo una parte de nuestro planeta, todo el sistema se afecta. Antes
podríamos pensar en regionalismos o nacionalismos, pero ahora sabemos que no es así.
Hoy podemos darnos cuenta de que la naturaleza
nos da a todos por igual e igualmente todos recibimos los frutos de lo que
sembramos, independientemente del grupo humano al que pertenezcamos. Es la
forma que tiene el universo de asegurarse que todos veamos por todos y hagamos
solo cosas que beneficien a todos, sin distinción.
Si logramos entender que todos
dependemos de todos, esto nos prevendrá de hacer daño a otros y eso nos llevará
a elegir conscientemente hacer el bien a todos.
Parece que el universo nos pregunta ¿Cuánto te amas tú como para amar y
respetar a los demás? De nuestra respuesta depende nuestro destino.