domingo, 8 de diciembre de 2013

Aceptando la Muerte



“La elaboración del duelo significa ponerse en contacto con el vacío que ha dejado la pérdida de lo que no está, valorar su importancia y soportar el sufrimiento y la frustración que comporta su ausencia.”         Jorge Bucay


Hay temas en los que sólo pensamos cuando la propia existencia nos fuerza circunstancialmente a enfrentarlos. La muerte es de ese tipo de temas que nos cuesta trabajo abordar y a los cuales somos muy sensibles. No importa si es la nuestra, la de los otros o la de nuestros seres queridos, de cualquier forma, procuramos no verla hasta que la tenemos enfrente, cubriendo todo nuestro campo visual e impidiéndonos mirar hacia otro lado.

Sin embargo, veladamente, siempre está presente en nuestra vida, desde que nacemos y hasta que nos llega, tal como nos refleja el poema Contratiempo de Mario Benedetti, el cual les transcribo aquí porque habla del tema, pero sobre todo porque puede abrirnos a reflexionar.

Cuando éramos niños
los viejos tenían como treinta
un charco era un océano
la muerte lisa y llana
no existía
 

luego cuando muchachos
los viejos eran gente de cuarenta
un estanque era océano
la muerte solamente
una palabra

 
ya cuando nos casamos
los ancianos estaban en cincuenta
un lago era un océano
la muerte era la muerte
de los otros
 

ahora veteranos
ya le dimos alcance a la verdad
el océano es por fin el océano
pero la muerte empieza a ser
la nuestra.

 

En los últimos meses he tenido que pasar por vivencias que me hicieron reflexionar sobre la impermanencia de la vida y la certeza de la muerte. Pensé, sobre todo, en la escaza atención que damos a prepararnos para esos acontecimientos ineludibles de nuestra existencia y por ello, creo que es de suma importancia tratar el tema en este entrada.

Comúnmente, si alguien dice que esta pronto a morir y trata de darnos instrucciones para ese momento, lo callamos y le pedimos que no hable así, que no piense en ello, que mantenga una actitud positiva ante la vida y espere curarse en lugar de morir. Sin embargo, por mucho que pretendamos negarlo, tarde o temprano, abandonaremos esta vida. Mi pregunta para ti es ¿Qué tan preparado estas para ese momento? y ¿Qué podemos hacer para construirnos un final adecuado?

Empecemos por analiza por qué nos cuesta tanto aceptar la realidad de la muerte. Quizá porque tenemos muchas cosas por vivir aún, cosas que vamos postergando a lo  largo de nuestra vida, hasta que de pronto, nos damos cuenta de que no tendremos tiempo para realizarlas si morimos y entonces preferimos no pensar en la muerte, hacer como si no existiera y nunca nos fuera a pasar a nosotros o a quienes queremos.  Y un buen día, el tiempo nos alcanza y tenemos que enfrentar su existencia, bien sea a través de la experiencia en nuestros seres queridos o en nosotros mismos.

¿Qué ocurre cuando llega ese momento ineludible? En la mayoría de los casos, la experiencia suele ser muy dolorosa porque, a fuerza de negarnos su existencia, hemos llegado a convencernos de nuestra inmortalidad y no estamos preparados para afrontarla. Es entonces cuando el proceso se torna más complejo de lo que podría ser y nos pasamos incluso años intentando reponernos de las pérdidas o agonizamos llenos de dolor y resentimientos.

Quizá lo primero que lamentamos cuando alguien querido muere es no haber pasado el suficiente tiempo con él, o no haberle demostrado lo importante que era en nuestras vidas. Otro de nuestros lamentos, si somos nosotros los agonizantes, es no haber vivido lo suficiente, no haber experimentado todo lo que nos gustaría haber hecho.

Esos lamentos generalmente nos llevan a tratar de culpar a otros, buscar responsables de nuestra pérdida nos lleva a cualquier persona que podamos asociar con los hechos tales como el médico que nos diagnostica o  quien nos causa un accidente; o incluso buscamos  culpables superiores como el destino, las circunstancias o Dios mismo. 

A la larga,  nos damos cuenta de que en el juego de la vida lamentarse por lo que no se hizo no tiene ningún sentido y que tampoco existen víctimas,  ni victimarios. Que todo ocurre conforme nosotros permitimos que ocurra. Es entonces cuando asumimos toda la responsabilidad por lo vivido, igual que por lo no vivido.

Darnos cuenta de que perdimos experiencias preciosas y tiempos irrepetibles nos sume entonces en la depresión, la siguiente etapa del duelo. Pues, para entonces, ya entendimos que somos mortales y que no podemos dar marcha atrás a lo vivido. Pero cuidado, si ahondamos demasiado en la depresión corremos el riesgo de perder todo sentido de vida y entonces añorar la muerte o incluso buscarla.

Por otro lado, si logramos sobreponernos a los lamentos, las culpas y la depresión. Los cuales, por cierto, no se presentan en ese orden siempre, e incluso pueden formar círculos viciosos en donde alternan o se intercambian paso a paso.   Posteriormente, podremos llegar a la aceptación de la muerte como el hecho natural que es. Aceptar que somos mortales, que desconocemos el tiempo del que disponemos realmente y que todos pasaremos tarde o temprano por el proceso de perder a otros o experimentar nuestra partida nos dará paz y hará llevaderos, incluso felices, los últimos momentos de la vida de nuestros seres queridos o de nosotros mismos.

Desde luego, llegar a la aceptación nos habrá costado mucho dolor, tristeza, frustración si pasamos por todas las etapas del duelo tal como las describimos, pero la maravilla del proceso es que no necesitamos pasar por todas ellas, ni quedarnos mucho tiempo en cada una. Podemos simplemente estar conscientes de que nuestra naturaleza es mortal, que no sabemos cuándo ocurrirá el final y por ello debemos sólo contar con el momento presente, procurando vivirlo con toda la intensidad de que seamos capaces.

Podemos lograr aceptar la muerte de forma más natural y fructífera si logramos mantener a lo largo de nuestra vida una actitud consciente sobre lo maravilloso y único que es cada día y logramos disfrutar de cada momento. Así lograremos que el tránsito hacia la muerte se realice de forma pacífica, incluso alegre y plena. Pues si nos dimos la posibilidad de vivir, nada añoraremos al partir.

miércoles, 13 de noviembre de 2013

Misión de Vida


“Si yo no lo hago por mi ¿Quién lo hará? y si sólo lo hago por mí ¿Quién soy? Y si no ahora ¿Cuándo?”      Rabí Hilel



¿Alguna vez te has preguntado cuál es el sentido o misión de tu vida? ¿Para qué estás aquí y ahora? ¿Qué es lo que has venido a hacer a este mundo?

La mayoría nos hemos hecho esas preguntas por lo menos una vez durante nuestra vida. Quizá algunos, hayan corrido con suerte y encontrado respuestas claras a estas interrogantes. Sin embargo, me atrevo a creer que la mayoría no ha tenido tanta suerte. Me atrevo a creer que la mayoría va tirando paso a paso, sin mucho convencimiento de si lo hecho es lo correcto, enmendando errores, buscando soluciones inmediatas a los problemas diarios y cargando con la neurosis noógena  que menciona Victor Frankl, el creador de la logoterapia, es decir aquella que surge por la falta de sentido. Creo también que es de vital importancia hacerse esas preguntas alguna vez en la vida y encontrar una respuesta a ellas.

El ritmo de la existencia moderna, sobre todo en las grandes ciudades, donde la gran mayoría debe trabajar arduas jornadas, enfrentarse a largos trayectos para ir y venir de la casa al trabajo y el bombardeo constante de información y estímulos externos, nos impiden hacer un alto y reflexionar sobre el sentido profundo de nuestra existencia. Nos concretamos a trabajar arduamente para pagar las cuentas que se acumulan; conseguir dinero para atender nuestras necesidades básicas como la alimentación y el vestido, sin preocuparnos de las necesidades de los demás; y el tiempo restante, si es que lo hay, lo dedicamos a embotar nuestros sentidos con la televisión, los videojuegos, el Smartphone, las redes sociales o cualquier actividad que adormezca nuestro cerebro para evitar la sensación de vacío que habita nuestro ser cuando todas las actividades externas se acallan.

Si en algún momento de tu existencia has experimentado esa sensación de vacío existencial es porque tus preguntas vitales aún no han sido respondidas. Y quizá, entonces, sea momento de hacer un alto en el camino y replantearte el sentido ulterior de tu existencia, pues sólo encontrar ese sentido puede llenar el vacío y  hacer tu vida más rica y plena.

A esa finalidad ulterior de nuestra existencia se le denomina Misión de vida. Y no es un trabajo que debes hacer para pagar las cuentas, ni tampoco es una profesión que hayas elegido estudiar, es un servicio que prestamos a la humanidad, derivado de nuestros talentos y nuestras pasiones. Es la expresión completa y perfecta de lo que uno es, es decir, es la expresión de nuestro ser genuino y único dentro de la humanidad en su conjunto.

En entradas pasadas hablábamos de la unidad, de ese cuerpo viviente que conformamos todos los seres y que denominamos humanidad. Como parte de ese gran cuerpo humano tenemos una función específica que cumplir que es vital para todos y que sólo nosotros de manera individual podemos llevar a cabo. Esa es la misión de vida. Y si no la cumplimos a cabalidad entonces afectamos a toda la humanidad.

Lamentablemente en nuestro tiempo se ha tornado muy complejo cumplir con nuestra misión de vida porque estamos inmersos en un sistema de paradigmas que contribuyen a desviar nuestro hacer cotidiano hacia actividades sin sentido que no nos llenan y entonces vamos perdiendo la capacidad de reconocer y llevar a cabo nuestra misión.

Si deseamos encontrar y vivir nuestra misión, requerimos llevar a cabo ciertas acciones. Lo primero que podemos hacer, es dejar de pensar que nuestro objetivo de vida es conseguir dinero, nuestra vida no debe estar regida en términos de urgencias y necesidades materiales porque, ese vivir desde la carencia de cosas, es lo que nos engancha en trabajos remunerados pero no deseados e insatisfactorios. Sí necesitamos cosas materiales para vivir, pero sería bueno preguntarnos si realmente alguna vez nos ha faltado algo material que de verdad necesitemos. A la mayoría nunca nos ha faltado lo esencial y sin embargo el miedo a no tenerlo rige nuestras acciones.

La segunda acción a realizar, después de quitarnos el miedo a no tener lo esencial, es indagar sobre nuestros talentos y pasiones para saber lo que realmente llenaría nuestras vidas. Todos tenemos algún talento, al menos, o una actividad que al realizarla nos hace felices y perdemos la noción del tiempo y podemos pasar horas y horas haciendo. Atrévete a redescubrir tus talentos y pasiones.
La tercera acción es buscar la forma como esos talentos y pasiones pueden beneficiar a otros además de a ti, porque una misión de vida, debe ser algo que podamos dar a los demás con absoluta convicción y desprendimiento. Sabiendo que si tú no lo haces nadie más podría hacerlo y reconociendo que al ser la expresión total de tu ser, es bueno para ti y para los demás también.
 
Mi invitación hoy es para que acalles el ruido exterior y comiences a buscar tu ser donde realmente se encuentra: En ti.

miércoles, 25 de septiembre de 2013

Los Apegos



“Nuestros problemas se deben a un apego apasionado a las cosas y a deseo que nunca se satisfacen por completo, entonces generan aún más angustia. Percibimos a las cosas como entidades permanentes. En el empeño de conseguir estos objetos de nuestro deseo, empleamos la agresión y la competencia como herramientas supuestamente eficaces, y nos destruimos cada vez más en el proceso..”      Dalai Lama




Nuestro sufrimiento proviene de un mal manejo de lo que denominamos apegos. Quizá te preguntes ¿Qué son los apegos? Se pueden definir como esa vinculación afectiva intensa a las cosas, las creencias, las personas etc. Es decir, una obsesión por algo o por alguien que te impide disfrutar  de las cosas por miedo a perderlas. Regularmente esos apegos condicionan nuestro actuar y nos impiden vivir con verdadera libertad y conciencia.

A veces, distinguir esos apegos es difícil, pues provienen de creencias que llevamos muy arraigadas y que pueden ser incluso socialmente aceptadas. Sin embargo se vuelven conflictivas cuando, sin percatarnos, empiezan a gobernar nuestra vida impidiéndonos disfrutarla.

En nuestra sociedad occidental, según Wayne Dyer, existen siete categorías principales de apegos, a saber: A las cosas, las personas, al pasado, al cuerpo, las ideas, al dinero, y al triunfo. Y en mayor o menor medida, todos padecemos una o varias categorías de apegos, aún cuando no lo sepamos.

Todos entramos en contacto con todas estas cosas, personas o creencias y forman parte integral de nuestras vidas cotidianas, es más, podríamos afirmar que estar en contacto con ellas, es de lo que se trata la vida en realidad. Sin embargo, no es lo mismo estar en contacto con ellas y necesitarlas para vivir que estar apegado a ellas. ¿Cuál es la diferencia te preguntarás? La diferencia principal es una: La dependencia, o su contraparte, la independencia de ellas.

Te lo explico: No es lo mismo utilizar las cosas para darnos satisfacción, que pensar que las cosas nos dan valor como personas. Tampoco es lo mismo amar a una persona, que pensar que, tu vida depende de que ella te corresponda en el sentimiento y este a tu lado siempre. No es lo mismo valorar las tradiciones y recuerdos, que vivir sólo pensando en ellos y pretendiendo que las cosas nunca cambien. Tampoco es lo mismo cuidar de nuestro cuerpo para que se encuentre saludable, que obsesionarme con estar a la moda, en un peso X, o entristecerme porque la belleza corporal y la juventud se acaban con el tiempo. No es lo mismo creer una determinada cosa que pretender que todos los que no creen lo mismo están equivocados y tratar de erradicar su equivocación a todo precio. Tampoco es lo mismo saber que en una sociedad capitalista requiero del dinero para hacer transacciones que pretender que éste puede comprar todo o que aquél que no lo posee no vale nada. Por último, no es lo mismo pretender ganar a toda costa, incluso dañando a otros, que amar lo que se hace y hacerlo con júbilo y tesón obteniendo satisfacción del éxito, sin competir por él.

Como puedes ver, la diferencia entre la dependencia y la independencia de las cosas es muy sutil, y a veces, difícil de identificar en nosotros mismos. Es más fácil, como dice el dicho popular, ver la paja en el ojo ajeno que adivinarla en el nuestro. Nos percatamos fácilmente de las obsesiones de los demás y decimos aquel es un materialista, este otro es un acosador, aquel otro es un bulímico, el de más allá un fanático religioso, etc.  Pero difícilmente nos percatamos de nuestros propios apegos y a la larga el no distinguirlos y trabajarlos nos hará sufrir.

Una forma muy sencilla de descubrir tus apegos es pregúntate ¿qué pasaría si en este momento todas esas cosas, personas o creencias que conforman tu vida desaparecieran de tajo? ¿qué sentirías?¿podrías seguir existiendo sin ellas? Sí el sólo pensarlo te hizo sufrir y tu respuesta es que tu vida terminaría si pierdes eso, o que no sabrías como seguir viviendo sin eso, significa que sientes apego  y que tarde o temprano sufrirás por ello.

Con la finalidad de ir trabajando los apegos y entenderlos, reflexionemos en la vida misma, todos sabemos que nada de lo que creamos para esta vida nos acompaña al salir de ella. No nos llevamos nada al morir ¿para qué sirve entonces obsesionarnos con ello si al final tendremos que abandonarlo todo?

Lo importante es saber que todo en esta vida es impermanente y que nuestro valor no depende de las cosas, personas o creencias que poseamos, nuestro valor depende solamente de lo que somos. Mientras más nos aferramos a algo, más sufrimos cuando desaparece. Mientras más independiente somos de todo, más podemos disfrutarlo.

Concluyo con una parábola: No puedes apresar el agua del río entre tus manos, pero puedes disfrutar de su frescor en ellas mientras corre. De igual forma, debes dejar que todo lo que entra en tu vida cumpla su propósito y te proporcione disfrute, hasta en tanto su fluir lo determine, dejándolo entonces partir libremente.

miércoles, 4 de septiembre de 2013

Unidad


“Un ser humano es una parte del todo llamado por nosotros «Universo», una parte limitada por el tiempo y el espacio. Él experimenta su propio ser, sus pensamientos y sentimientos, como si estuvieran separados del resto, lo cual es una ilusión óptica de su conciencia. Esta ilusión es una especie de prisión para nosotros, que nos obliga a ser fieles a nuestros deseos personales y a sentir afecto sólo por aquellos que nos rodean. Nuestra tarea debe consistir en escapar de esa cárcel, ampliando nuestro círculo de simpatía hacia los demás para acoger con los brazos abiertos la belleza que encierran todas las criaturas vivientes y la naturaleza.”      Albert Einstein.

 

Los seres humanos necesitamos pertenecer a algo más grande que nosotros mismos, necesitamos sentir que somos aceptados y valorados en un grupo. Empezamos ese peregrinar en busca de la aceptación con nuestras familias. Si corremos con suerte, en ese tránsito aprenderemos la importancia del apoyo mutuo y de ver por el bien común para el mejor desarrollo de todos sus integrantes. Eso, a su vez, nos ayudará, conforme crecemos, a entender la necesidad de colaboración con los otros para seguir desarrollándonos de forma adecuada en los círculos de trabajo y amistades. Y si todo eso sale bien, ello nos llevará a entender que formamos parte de un grupo todavía más grande: la raza humana y que igual que hacemos con nuestra familia, amigos, colaboradores, compatriotas, etc. debemos solidarizarnos con todos los que conformamos ese gran grupo y apoyar su desarrollo, porque de ello depende el nuestro.
 
Para desgracia de ese gran grupo humano que conformamos todos, generalmente no alcanzamos la madurez necesaria para ver más allá de nuestros pequeños grupos de referencia y al no llegar a la madurez necesaria, partimos de creencias parciales que dañan a otros y nos dañan también a nosotros mismos, pues el Todo que somos, no puede estar en armonía si alguna de sus partes no lo esta.
 
La principal creencia errónea que albergamos consiste en pensar que para que nosotros tengamos algo, es necesario que los otros lo pierdan. Esa creencia nos lleva a competir, a separar, a restarle oportunidades y valor a otros, perderles el respeto y luego, cuando ya pensamos que no son iguales a nosotros, a esgrimir esa superioridad para privarlos de sus derechos elementales.
 
Una vez que nos declaramos distintos de aquellos que no pertenecen a nuestro grupo, eso nos lleva a la segregación, el racismo, la intolerancia y la violencia. El pensamiento que nos guía en esas acciones es que debemos preservar nuestro pequeño grupo, llámese familia, amigos o colaboradores por encima de los grupos de “otros”. Es así como llegamos a creencias tan absurdas como que la raza blanca es superior a las otras razas, o que una religión es la verdadera y otras son falsas, o que una nacionalidad y unas fronteras ilusorias definen nuestra identidad.
 
¿Se obtiene algún beneficio de este pensamiento erróneo? Pensamos que sí y por ello lo practicamos, pero la verdad es que lo único que se ha conseguido con él son guerras, muertes, destrucción masiva, como actualmente vivimos en Siria, Egipto, Irak.
 
En realidad estas creencias erróneas pueden expresarse de una manera muy sutil, pero igualmente nociva. Por ejemplo en las críticas que hacemos de alguien porque no piensa ni actúa como uno. O en segregaciones que llamamos obvias como las distintas clases de asientos en un transporte, como la “premier y turista” en los aviones. O, por ejemplo, en servicios especiales para determinadas personas: Servicios para empleados y servicios para ejecutivos y clientes. Todas ellas van haciendo distinciones entre los seres humanos, haciendo a algunos “más importantes” que a otros, generalmente en función de sus posesiones materiales. Lo que no vemos en el proceso es que, sin importar lo sutiles que sean, dichas creencias, a la larga, desembocan en lo mismo.
 
Para modificar esas creencias quizá podamos hacer un ejercicio de imaginación: Imaginemos que la humanidad en su conjunto es como tu cuerpo (lo cual se asemeja a lo que realmente es) una inconmensurable conjunción de células con la misma esencia, pero con una función diferenciada cada una ¿parecida a la humanidad no? Ahora pensemos en lo que tu cuerpo necesita para crecer y desarrollarse: Necesita que lo cuides, lo alimentes correctamente, lo ejercites, y necesita que todas estas acciones se hagan con equilibrio y abarquen a todo el cuerpo para que sus resultados se traduzcan en bienestar para todo el sistema porque si alguna parte del cuerpo se daña, todo el cuerpo se afecta.
 
Ahora pensemos que ese cuerpo enferma de cáncer. El cáncer es el desarrollo anormal de ciertas células, debido precisamente a una falta de equilibrio (primero emocional y luego físico) las cuales empiezan a acaparar los nutrientes para sí, con lo que empiezan a crecer y multiplicarse y dejar sin nutrientes a las células sanas hasta que logran desplazarlas por completo, pero al hacerlo, también se afectan ellas mismas, pues si avanzan demasiado, todo el sistema se daña y, a la larga, muere.
 
Ahora traslademos la analogía a la Humanidad ¿No te parece que se parecen mucho? Si algunas personas tratan de acaparar para sí todos los bienes desequilibran al sistema completo, si alguien piensa en adquirir beneficio para sí y no compartirlo con los demás a la larga se verá afectado por la carencia, igual que los otros. Si continuamos sumidos en diferencias y atacándonos unos a otros, tarde o temprano no sólo dañaremos el sistema sino que incluso podemos causarle la muerte.
 
Te invito a que, la próxima vez que trates a otra persona, pienses que ambas forman parte del cuerpo de la Humanidad, que ambas son indispensables para el funcionamiento de ese gran cuerpo y que todas merecen respeto, dignidad e igualdad sin importar su condición de vida.

jueves, 8 de agosto de 2013

Elecciones de Vida




La libertad no es una filosofía y ni siquiera es una idea: es un movimiento de la conciencia que nos lleva, en ciertos momentos, a pronunciar dos monosílabos: Sí o No. En su brevedad instantánea, como a la luz del relámpago, se dibuja el signo contradictorio de la naturaleza humana”.  Octavio Paz

Si  la vida te da limones ¡Haz  limonada! Dice un dicho popular muy conocido. Este  dicho puede interpretarse de dos formas, ambas bastante relacionadas, aunque desde perspectivas divergentes. La primera interpretación, implicaría que aprovechemos las oportunidades cuando se nos presentan para extraer de ellas  lo mejor. La segunda, en cambio, implica ver el lado positivo en cualquier circunstancia, aún incluso, en las que nos son adversas.  Independientemente de cuál perspectiva elijamos, ambas interpretaciones nos hablan de una actitud personal ante la vida.

Podríamos decir entonces, que existen aquellos que saben aprovechar las oportunidades cuando se les presentan y sacarle el mayor provecho posible, pero también existen los que por temor o por ignorancia no logran distinguir las oportunidades y las dejan pasar. De igual forma, existen las personas que se dejan abatir por sus circunstancias de vida y otras que a pesar de las tormentas, encuentran siempre el lado positivo y salen adelante con mayor facilidad.

 ¿A qué se debe que nos coloquemos en un grupo o en otro? Quizá a nuestro carácter, pero también a nuestras creencias y nuestra actitud. Todos hemos sabido de casos en que una persona se sobrepone a sus circunstancias de vida, por ejemplo, a circunstancias de pobreza y abandono logrando salir adelante y construir una vida digna y de servicio. Mientras, existen otros, que contando con todas las oportunidades materiales posibles terminan en conductas autodestructivas o nocivas para otros. Ejemplos podemos poner muchos pero me concretaré a uno: Los atletas paralímpicos, quienes a pesar de no contar con las capacidades de la mayoría de las personas, se sobreponen a ello y alcanzan logros inimaginables.

 La mayoría de las personas no vivimos situaciones extremas que nos impidan tener una vida de calidad, sin embargo, no logramos darle un cauce positivo y satisfactorio a nuestras vidas, ni hacemos nada extraordinario con ellas. ¿Por qué? Me atrevería a decir  que ello se debe a que nos dejamos envolver por la rutina, dejando de percibir nuestra vida como un todo.  Es decir que nos enfocamos en resolver los problemas como se van presentando y dejamos de observarlos como parte de una película completa que debe tener una trama y un desenlace. Nos volvemos autómatas de nuestra existencia y de pronto nos olvidamos que ella tiene una razón de ser, un objetivo que está por encima de nuestras circunstancias.

Todos tenemos  las mismas posibilidades de disfrutar la vida y ser felices independientemente de si la vida nos da limones dulces o agrios. Pero para conseguirlo debemos sobreponernos a nuestras circunstancias y modificar nuestras creencias de tal forma que eliminemos limitaciones reales o imaginarias.

La primera condición para lograr disfrutar más, es estar presente. Desafortunadamente muchas de nuestras rutinas diarias las realizamos automáticamente sin tomar conciencia. Por ejemplo, no nos percatamos de cómo llegamos a nuestro trabajo, porque vamos pensando en los pendientes que tenemos o en los problemas de casa que dejamos al salir. Para ejemplificarlo existe un cuento zen donde se dice que el discípulo preguntó al maestro ¿cómo podía llevar la iluminación a la acción? ¿Cómo se practica en la vida cotidiana? A lo que el maestro respondió: -Comiendo y durmiendo.

– Pero maestro, todo el mundo come y todo el mundo duerme.

–Pero no todos comen cuando comen y duermen cuando duermen.

Al estar presentes nos percataríamos que cada día es una nueva oportunidad, una nueva vida para crear en ella lo que deseamos crear.

La segunda condición para disfrutar la vida es armonizar nuestro ser. Debemos entender que somos seres que cuentan con tres naturalezas: el cuerpo, la mente y el espíritu. Y que en tanto no estén equilibradas las tres, sentiremos que nos falta algo. Es decir, no sólo necesitamos cosas materiales, también necesitamos amor y desde luego sentirnos parte de algo más grande que nosotros. Si nos concretamos a satisfacer sólo un aspecto, nos sentiremos siempre incompletos, vacíos y nunca podremos disfrutar plenamente de lo que tenemos o hacemos.
La tercera condición depende de las dos anteriores, pues al estar presentes y armonizar nuestro ser haciendo lo que necesitamos para nosotros y por nosotros, descubrimos que nuestra existencia es más satisfactoria de lo que imaginábamos y entonces un sentimiento de contento y agradecimiento surge en nuestro corazón.

martes, 2 de julio de 2013

Acción Consciente



“Todo lo que somos es el resultado de lo que hemos pensado; está fundado en nuestros pensamientos y está hecho de nuestros pensamientos”.  Buda

En la entrada pasada hablábamos del libre albedrío, postulando que, en realidad, por más que lo queramos negar, tenemos la total libertad de actuar y también, por supuesto, la total responsabilidad por nuestras acciones.

Cierto que a veces actuamos por desconocimiento, no por mala fe, pero aún así, las consecuencias de nuestras acciones no se atenúan. De tal forma que, para no cargar con las consecuencias negativas de nuestros actos, debemos actuar de manera consciente y con visión amplia.

Con mucha frecuencia perdemos de vista  que el ser humano es sólo otra especie en el planeta junto con miles de otras especies de animales y plantas.  Hemos olvidado que somos parte de la naturaleza y que como tal, nuestra convivencia con todos los demás componentes del planeta debe ser armónica, de mutuo respeto y beneficio, pues de lo contrario, no solo ponemos en riesgo a otras especies sino a nosotros mismos.

En la actualidad el ser humano individualista no alcanza a percibir la trascendencia de sus actos a cabalidad, de otra forma no se entiende que continuemos haciendo lo que hacemos. No tenemos más que ver a nuestro alrededor para encontrar acciones incomprensibles. Te pongo algunos ejemplos que todos podemos ver día tras día: Las personas que tiran basura en la calle a sabiendas de que nuestro servicio de limpia es ineficiente y esa basura se quedará allí y tapara el drenaje provocando inundaciones y contaminación que afectará a todos; Los amantes de las mascotas que las sacan a pasear y no recogen sus heces provocando que eso se traslade al aire que todos respiramos; Los que desperdician el agua o la contaminan sin pensar que es un bien escaso en la naturaleza; Los que tiran basura en las playas contaminando nuestros mares y las especies que en él habitan;  y podría continuar enumerando un sinfín de situaciones en donde, por desconocimiento, por pereza mental o por simple estupidez nos afectamos a nosotros mismos y afectamos a otros.

¿Cómo podemos hacer que nuestras acciones sean más conscientes y armónicas para el planeta y para nosotros como seres humanos? Quizá podríamos obtener mejores resultados si por principio de cuentas antes de tomar cualquier decisión para actuar, nos detenemos a pensar las cosas un poco y meditamos en las consecuencias que tendrán nuestros actos. En el caso de la persona que tira basura en la calle, por ejemplo, podría pensar ¿Qué pasará con ese papel  o este plástico si lo tiro en la calle? Es muy fácil darse cuenta de lo que ocurrirá: se quedará vagando por las calles hasta que se desintegre, lo cual será en aproximadamente un año si es papel y 100 años si es plástico, pero si se atraviesa la época de lluvia, esa basura se irá a la coladera  provocando que, junto con otros objetos tirados, se forme una pila de basura que tapará las coladeras, para luego irse al drenaje y contaminar las aguas y el subsuelo con la celulosa y toxinas,  que contienen. En cambio si esa basura la deposito en un contenedor adecuado para su reutilización o reciclado, podré evitar la tala de árboles, podré evitar que mis alimentos y aire se contaminen con toxinas, podre evitar la contaminación del subsuelo y eso mejorara la vida y la salud de todos.

Tal vez pienses, no sabía todo eso, pero en esos casos lo que puedes hacer antes de tomar una decisión es informarte, una decisión informada será siempre una mejor decisión. Así que no saber algo no es excusa para dañarte o dañar a otros, pues en esta época de sobre información puedo conocer todo lo que desee, rápidamente, en cuestión de segundos o minutos.

Por último al tomar una decisión debo pensar también si en realidad necesito hacer eso que quiero hacer y si hacerlo sirve a otros y a mí mismo. Por ejemplo las personas que fuman regularmente saben que fumar daña sus pulmones y su corazón, pero además de ello, sí aún así quieren fumar,  también deberían considerar que si fuman en su casa estarán contaminando las vías respiratorias de su familia, pues los estarán convirtiendo en fumadores pasivos, quienes  reciben hasta tres veces más nicotina y alquitrán que el fumador y hasta 5 veces más bióxido de carbono, con lo cual sus afecciones respiratorias pueden ser aún mayores que las del fumador. ¿Qué puede impulsarlos entonces a convertirse en agentes de la enfermedad de su familia?

Concluyendo: para tomar acciones conscientes debo pensar, informarme y preguntarme si lo que haré me servirá y servirá a otros. Si mis acciones no cumplen estas tres condiciones, es mejor que no las lleve a cabo.

martes, 4 de junio de 2013

Libre Albedrío



"Porque veo al final de mi rudo camino
que yo fui el arquitecto de mi propio destino;
que si extraje las mieles o la hiel de las cosas,
fue porque en ellas puse hiel o mieles sabrosas:
cuando planté rosales coseché siempre rosas"
Amado Nervo
 
¿Qué es lo que te gustaría tener en tu vida? ¿Cómo quisieras que tu vida transcurriera? Se supone que todos deseamos que nuestra vida se encuentre llena de cosas positivas tales como  amor, paz, prosperidad, alegría, realización, satisfacción, autoexpresión, salud, etc. Lamentablemente nuestra vida, en la mayoría de los casos, no es así. Lo que experimentamos de manera cotidiana es dolor, angustia, insatisfacción, desesperación, estrés, carencia,  etc. ¿Por qué? ¿Será esta la única forma de vivir? ¿O podremos vivir tal como deseamos hacerlo?
Hay quienes piensan que no se puede ser enteramente feliz, que siempre hay problemas, fracasos, que todo eso es parte de la vida también. Es probable que así sea, pero ¿a caso no habrá forma de que nuestra vida sea en su mayoría feliz y positiva?
Quizá lo que nos falte considerar para llegar a tener la vida que deseamos, son las opciones que elegimos. Pues, a cada paso que damos, vamos tomando distintas decisiones que afectan el qué y cómo de nuestra experiencia. A veces pensamos que las elecciones que tomamos cotidianamente son nimias, pero cada una va perfilando nuestra experiencia de vida. De tal forma que si deseamos que nuestra vida este llena de cosas positivas, debemos elegir las acciones que nos permitan llegar a ellas.
A esa posibilidad de elegir lo que experimentamos  le hemos llamado el libre albedrío. Término, que si lo analizamos, implica que toda elección que hacemos es libre, toda sin excepción. Si pensamos de verdad en la profundidad de nuestro libre albedrío, lo que generalmente sentimos es miedo, porque libertad total implica responsabilidad total por todas nuestras acciones. Es decir que por más que busquemos culpables, sólo existe uno: Nosotros mismos.
 En el juego de la vida, entonces, no hay ni víctimas ni villanos. Y en el fondo, todos sabemos esa verdad, sólo que nos gusta auto engañarnos pensando que los otros son capaces de hacernos daño, porque así, evitamos la responsabilidad y se la endilgamos a alguien más. Incluso hasta tenemos frases hechas que ocupamos para responsabilizar a otros: ¡Mira lo que me hiciste hacer! ¡Yo no quería hacerlo, tú me obligaste, es tu responsabilidad! ¡Por tu culpa actuó como lo hago! etc. ¿Te suenan familiares?
¿Por qué no asumimos la responsabilidad sobre nuestras acciones, tal como podemos hacerlo? Porque, como ya dijimos, nos da miedo pensar que tenemos todo ese poder: El poder de ser y hacer lo que queramos. ¡Imagínate lo que sería  asumir la total responsabilidad de nuestros actos! Significaría que si te va bien tienes la culpa y si te va mal también la tienes. ¿Y a quién le gusta sentirse culpable de su propia infelicidad?¿Qué escusa tendríamos entonces para ser infelices?
Ya sé lo que me dirás que hay circunstancias externas que no puedes controlar, pero aún así puedes elegir el cómo reaccionar ante ellas y eso te da poder sobre el resultado. Cuando nos enfrentamos a situaciones que nos afectan, al menos disponemos de dos posibilidades, de la que elijas dependerá la satisfacción o insatisfacción que experimentes y por ende tu felicidad o infelicidad.
Pongamos un ejemplo típico para mayor claridad, digamos que te encuentras en el vagón del metro sentado en el lugar destinado para gente de la tercera edad y sube un anciano al vagón ¿Qué haces? Puedes elegir quedarte sentado o ceder el lugar a quien le corresponde.  Independientemente de la elección que hagas para el caso, lo que es importante recalcar para tu experiencia de vida es, ¿Qué tipo de persona eres? Porque en decisiones como esta vamos perfilando la calidad de nuestra vida.
Te lo explico: Esa nimia decisión que tomamos de ceder el lugar o no, habla de lo que realmente somos como personas, pues nos indica si somos amorosos, solidarios, respetuosos o por el contrario si somos egoístas, mezquinos, individualistas. Claro que podemos justificar nuestras acciones como deseemos hacerlo, pero lo cierto es que algunas de estas formas de ser te hacen sentir mejor que otras y hacen a otros sentirse mejor también. Todas ellas, a la larga van generando nuestra felicidad o perfilando nuestra desdicha día con día.
Así que mi pregunta de reflexión para hoy es ¿cómo eliges actuar? Porque de eso depende lo que obtendrás.
 

jueves, 11 de abril de 2013

Empatía y Compasión



“Qué pueda ayudar a todos los seres, y si alguna vez me canso de esta gran obra, que mi cuerpo se destruya en mil pedazos¨  Plegaria de  Avalokiteshvara (Buda de la compasión)
Cada día entablamos sin número de contactos con los demás seres humanos: con nuestros familiares, vecinos, compañeros de trabajo, incluso con desconocidos.
En estos contactos actuamos desde nuestras creencias (y al hablar de creencias no me refiero  únicamente a las religiosas sino a las morales, sociales, políticas, económicas, etc.) sin considerar las creencias de los otros, las cuales pueden ser similares a las nuestras o totalmente opuestas. Si las creencias de los otros son similares a las nuestras formaremos con ellos relaciones y alianzas, pero si son opuestas, los tacharemos de estar equivocados y trataremos de hacerlos entrar en “razón”, es decir, de hacerlos pensar y actuar como nosotros.
Hace poco leía una frase que lo sintetiza perfectamente: Todos pensamos que hacemos lo correcto, de otra forma no lo haríamos. La misma frase puede aplicarse a genocidas como Hitler o a personas compasivas como la Madre Teresa de Calcuta. Pensamos y reaccionamos considerando que nuestro actuar es el correcto y que los demás deben entendernos, apoyarnos y estar de acuerdo con lo que hacemos porque tenemos la razón, no puede ser de otra forma. Pero ¿lo es? ¿Siempre tenemos la razón? Juzga tú los ejemplos…
Lo que puede quedarnos claro con los ejemplos de Hitler y la Madre Teresa, más allá de la perspectiva moral, es que, regularmente, nuestra forma de ver la vida se encuentra  limitada a nuestra experiencia particular y que esa forma limitada de ver nuestras acciones y creer en ellas nos genera  conflictos con los demás. Pues, de entrada, todos los demás están equivocados. Pero ¿lo están de verdad? ¿Un individuo en particular puede poseer la verdad absoluta? ¿Quién entonces la posee? Y sobre todo ¿Nos sirve de algo tener la verdad absoluta a costa de que todos los demás estén equivocados?
Si fuera posible que un solo individuo poseyera la verdad absoluta habiendo tantas otras, pronto nos daríamos cuenta que no nos sirve de mucho poseerla, pues por más que nos esforzáramos nunca lograríamos hacérsela creer a todos. Quizá, como en el caso de Hitler, podríamos convencer a varios millones de nuestra verdad, pero nunca lograríamos convencer a todos. Ni por la fuerza y mucho menos por el entendimiento. ¿De qué nos serviría entonces poseerla?
Con lo anterior podemos darnos cuenta de que quizá no sea muy sabio, ni muy divertido, pretender poseer la verdad absoluta, dando por sentado que todos los demás están equivocados,  pues nos impide abrirnos hacia otras posibilidades de actuación y con ello, crecer. De nuestra capacidad para abrirnos a la perspectiva de otros depende nuestra evolución como seres humanos. Lo cual podemos lograr a través de la empatía que nos lleve al entendimiento y asimilación de las verdades de los otros. ¿No sería acaso mejor poseer varias verdades que una sola?
Muchos hemos escuchado el concepto de empatía, es decir, la capacidad que tenemos de poder conectar con la visión de otros respecto a sus creencias y acciones. Pero ¿realmente la practicamos? La mayor parte de las veces no lo hacemos. Y no lo hacemos porque nuestras creencias de lo “bueno y correcto” nos impiden ver desde la perspectiva de otros. Si de inicio pensamos que están equivocados ¿Qué nos motivaría a intentar siquiera ver las cosas como ellos las ven?
Por tanto, para poder asimilar la verdad de otros necesitamos de un ejercicio consciente de empatía que sólo puede llevarse a cabo a través del genuino interés  y compasión por otros, como en el caso de la Madre Teresa. Si al menos percibiéramos que nuestra visión de la vida es muy limitada, eso sería suficiente para ayudarnos a entender  la perspectiva de otros.
Quizá, visto desde otra perspectiva, una acción de otro que a simple vista nos parece intolerable, se convierte en una acción necesaria y viceversa, una actuación nuestra que consideramos correcta, deja de ser justificada si la apreciamos como otros la observan.
El genuino interés por otros aunado a la compasión, nos llevaría, por ejemplo, a ir más allá de las apariencias con las personas y poder entender el porqué de sus acciones sin juzgarlas a priori.
Mi invitación hoy es a que, antes de juzgar y descalificar a alguien por sus acciones, trates de comunicarte con él o ella y trates de entender cuál es su motivación para hacerlo.
 
 
Ver la vida como la ven otros quizá en algún momento nos abra a la verdadera compasión.

viernes, 8 de marzo de 2013

Amor vs. Miedo

“El amor ahuyenta el miedo y, recíprocamente el miedo ahuyenta al amor. Y no sólo al amor el miedo expulsa; también a la inteligencia, la bondad, todo pensamiento de belleza y verdad, y sólo queda la desesperación muda; y al final, el miedo llega a expulsar del hombre la humanidad misma” 
      Aldous Huxley 
 
Una visita al Museo de Memoria y Tolerancia, me puso a reflexionar sobre los motivos que nos impulsan a actuar. Sobre lo que nos lleva a tomar una decisión, defender un punto de vista, reaccionar de una manera determinada ante las circunstancias de la vida.
A veces pensamos que tenemos un sin número de razones para actuar. Al observar nuestro devenir histórico pensamos que actuamos movidos por odio, intolerancia, marginación, ignorancia, o movidos por la compasión, el respeto, la justicia.  Pero si analizamos todas nuestras decisiones, bajo la superficie solo encontraremos dos razones. De la que tú elijas dependerá tu manera de comportarte ante los demás y ante ti mismo.
Pongamos como ejemplo lo que observé en el Museo sobre los genocidios ocurridos durante el siglo XX y lo que va de éste. Para este ejercicio me gustaría que, de entrada, no juzgues a los perpetradores de esos genocidios.  Antes bien, te propongo que trates de ponerte en los zapatos de un habitante común y corriente de esos lugares, en el tiempo de las masacres. No importa si  eliges la Alemania Nazi,  Ruanda, Guatemala, Darfur, los Balcanes, etc. Piensa entonces ¿Cuál habría sido tu comportamiento de estar allí en el momento de los genocidios? Elige alguna de estas tres alternativas:
A) ¿Te hubieras unido a los genocidas en la matanza?
B) ¿Te quedarías al margen  pensando que no es tu problema?
C)  ¿Serías de los que trataron por todos los medios de ayudar a las víctimas a salvarse, aun a riesgo de perder su propia vida?
De entrada, parecería muy fácil, para la mayoría, culpar a los genocidas y condenarlos, lo haríamos sin contemplación alguna. Sin embargo, al ver lo expuesto en el museo, uno se pone a pensar en ¿Cuál fue la participación de la sociedad en general ante la situación? ¿Por qué no condenaron las acciones violentas al unísono y detuvieron la matanza? De entrada siempre se juzga a los líderes políticos como a Hitler. Pero ¿y la sociedad? Muy pocas veces se juzga a esos seres anónimos que estuvieron allí y cuáles fueron sus acciones. Por ello mi pregunta ¿Cuál de las tres sería tu postura?
La mayoría te apuesto a que diría que condena las masacres y defiende a las víctimas. Pero te tengo una gran sorpresa al respecto: En genocidios como el de la segunda guerra mundial, la mayoría de la población alemana adoptó alguna de las dos primeras opciones de respuesta que te mencioné, es decir que, o estuvieron a favor del genocidio e incluso participaron en él, o simplemente se hicieron de la vista gorda porque, no era su problema, al no ser judíos y, sólo un pequeño porcentaje, fueron los que se comprometieron con los grupos afectados para salvarles.
De tal forma que si tú o yo, participáramos ahora en una situación de lesa humanidad, solaparíamos la ideología de los perpetradores, o estaríamos abiertamente a su favor. ¿Lamentable no? Pero desafortunadamente real.
¿Qué nos impulsa a actuar de esa forma tan inhumana?    La respuesta es algo muy humano: El Miedo. Miedo a ser señalado por opinar diferente, a perder los bienes materiales o los privilegios sociales, miedo a perder a un ser querido, a ser rechazado por los otros o miedo a perder la propia vida.     
¿Qué impulsa a las personas que se encuentran en el tercer grupo a comprometerse con las victimas aún a riesgo de su propia vida? El Amor.
En realidad, si lo analizamos de forma simplificada, veremos que El Miedo y el Amor son las únicas dos opciones que nos impulsan a actuar. Durante la segunda guerra mundial el arma más empleada por Hitler y su ministro de propaganda fue el infundir miedo en la población general para que permaneciera al margen de sus matanzas e incluso los apoyara.
Elegir la primera implica dar paso a la desconfianza, a los juicios de valor, a las comparaciones y desde luego a las descalificaciones hacia los que no son o no piensan como uno, y cuando sentimos todo esto, nuestra reacción innata es atacar y matar, como ocurrió con los judíos en la Alemania Nazi.
Elegir la segunda, en cambio nos lleva a valorar a los otros, a confiar en ellos a sentir compasión por ellos, a poderles entender y apoyar, incluso en detrimento de nuestro propio bienestar.
Para no repetir nuestra historia genocida, debemos aprender a eliminar el miedo y practicar más el amor.  ¿Cómo se elimina el miedo? Es una pregunta muy compleja de responder, y a la vez muy sencilla: A través del Amor.
Pero el verdadero amor es algo que no conocemos comúnmente, pues nuestras creencias, carencias y falta de desarrollo como seres humanos nos lo impiden. De tal forma que no es fácil elegirlo como acción hasta en tanto no hemos crecido lo suficiente en nuestro interior como para ser capaces de experimentarlo. Amar significa conocimiento, aceptación y respeto por lo que somos y es una condición que debe surgir del interior antes de poderse manifestar en el exterior.  Por ello, el amor incondicional, que por cierto es la única forma de amar,  no se puede ofrecer a otros hasta que no se experimenta en uno mismo. Si uno no se ama a sí mismo, no puede amar a otros.
Mi invitación hoy es a que practiques el amor a ti mismo y que visites el Museo de Memoria y Tolerancia ubicado en Av. Juárez, dentro del conjunto formado por la Secretaría de Relaciones Exteriores y los tribunales familiares.

miércoles, 13 de febrero de 2013

Paz Interior

“La felicidad se alcanza cuando lo que uno piensa, lo que uno dice y lo que uno hace están en armonía” Mahatma Gandhi


Cuando logramos sincronizar nuestras creencias y acciones con las del universo, encontramos un estado difícil de describir, pero maravilloso de experimentar: Paz Interior.

Piensa en algún momento de tu vida donde te hayas sentido pleno, donde nada te hacía falta,  todo se encontraba bien y te encontrabas presente al cien por ciento. A ese momento de Felicidad absoluta es a lo que se refiere la paz interior. Y todos, al menos una vez en la vida, lo hemos experimentado, aunque tal vez no lo recordamos.

Hagamos un ejercicio de memoria: Quizá cuando éramos niños y nos encontrábamos sumergidos en el juego sin que nos importara lo que ocurría fuera del él. Quizá cuando conocimos al amor de nuestra vida y fuimos correspondidos, conociendo entonces, la oportunidad de sentir extasiados el amor incondicional. Quizá al nacer un hijo y sentir la pureza y el amor reflejados en su rostro. Quizá al observar un amanecer o un atardecer frente al mar y comprender la inmensidad del universo. En fin, cualquier otra experiencia que te haya brindado felicidad plena.

Ese estado, que en la mayoría de nuestros casos es un estado que sólo alcanzamos por momentos, tiene ciertas particularidades. Primero es un estado en el que todo nuestro ser participa, es decir, se siente en los tres niveles de existencia: físico, mental y espiritual.  Si sólo lo sentimos a nivel físico, es sólo gozo, si sólo lo sentimos a nivel mental, es sólo asombro, si solo lo sentimos a nivel espiritual, es sólo alegría, pero si lo experimentamos a todos los niveles se convierte en felicidad verdadera y ella en Paz Interior.

Otra de las particularidades de este estado es que sólo puede experimentarse en el presente: Aquí y ahora. Si lo experimentamos en el pasado y queremos evocarlo es sólo un recuerdo, si lo imaginamos para el futuro es sólo una ilusión, un deseo. Pero si nos encontramos completamente absortos, perdiendo toda noción del tiempo, entonces verdaderamente estamos presentes.         

Sabiendo ya las particularidades que tiene la paz interior. En este momento te pido que evoques tu momento de felicidad más pleno, que trates de recrearlo en tu mente, será sólo un recuerdo, pero la energía que te brindará me servirá para  preguntarte:

¿No te gustaría experimentar esa sensación de plenitud cada momento? Apuesto a que, como yo, respondiste que sí, sin pensarlo.

¿Entonces por qué no logramos ese estado siempre? Por una sencilla razón, porque no estamos ni completos, ni presentes en nuestras experiencias de vida. Siempre estamos viviendo en otro tiempo que no es el presente. Pensando en lo que deseamos hacer a futuro o en lo que nos pasó, pero no estamos presentes. Tampoco estamos conscientes, tal vez esta nuestro cuerpo, pero nuestra mente se encuentra muy lejos, o tal vez esta la mente, pero el cuerpo no reacciona; y al espíritu, en esta época  hasta se ve mal nombrarlo, pues lo tenemos completamente olvidado.

Para vivir plenamente y mantener nuestra paz interior en todo momento, se requiere, entonces, que estemos conscientes, presentes y responsables de todo lo que creamos en nuestra vida. Quizá puedas entender mejor de lo que se trata si te cuento un relato zen: Un discípulo le pregunta al maestro:

̶ Maestro ¿Cómo se lleva la iluminación a la acción? ¿Cómo se practica en la vida cotidiana?

̶ Comiendo y durmiendo –responde el maestro.

̶ Pero Maestro, todo el mundo come y duerme.

̶ Pero no todos comen cuando comen, ni todos duermen cuando duermen.

Piensa en esos momentos de felicidad que evocamos y descubrirás que en ellos te encontrabas totalmente presente y consciente. Y Ahora trata de reproducir esa presencia en cada uno de los momentos de tu día. Para ello te puedes auxiliar de la meditación, pues ella te permitirá encontrar tu presencia consciente.

En tanto no logremos sincronizar todo nuestro ser,  mantenernos presentes cada momento y ver por el bienestar de todo el universo en lugar de ver sólo por nuestro bienestar personal,  no lograremos la paz. Seguiremos vagando por esta Tierra sintiéndonos tristes, deprimidos, insatisfechos, desorientados, incomprendidos, temerosos, solos, enojados, etc. Pues todos nuestros malestares se derivan de esa falta de presencia, como lo hemos experimentado.
No en balde Jesús nos brindó su paz, al decir: “Mi paz os dejo, la paz os doy”. Pues sabía que no seríamos capaces de obtenerla por nuestros medios propios a menos que entendiéramos lo que representaba en su totalidad. Te invito a conseguir tu Paz Interior al hacerte consciente.